martes, 23 de junio de 2009

EL PODER DEL UNO SOBRE EL MUNDO - ZEITGEIST

"La vida es como un paseo en un parque de diversiones, y cuando te subes piensas que es real porque así de poderosas son nuestras mentes. El paseo sube y baja y da vueltas, tiene emociones, sustos y es coloreado con luces… Y es muy ruidoso y es divertido por un rato. Algunos han estado en el paseo por mucho tiempo y empiezan a preguntarse ‘¿esto es real o es solo un paseo?’ y otra gente a recordado y nos ha dicho ‘oye, no te preocupes; no temas nunca porque esto es sólo un paseo’, y hemos matado a esas personas. ‘¡Cállenlo que tengo mucho invertido en este paso, cállenlo!’ ‘Mira mi ceño de preocupación… Mira mi gran cuenta bancaria’ ‘… y mi familia, esto tiene que ser real’… Es solo un paso… pero siempre matamos a esos tipos buenos que tratan de decirnos eso, ¿lo hasnotado?... y dejamos a los demonios que sigan libres… Pero no importa, poque es solo un paseo y podemos cambiarlo cuando queramos. Es solo una desición. Sin esfuerzo, sin trabajo, ahorros… Solo una desición ahora mismo, entre miedo y amor." (Bill Hicks)

Mira este video para que sepas en cuál mundo vivimos y con quien vivimos. Míralo así sea por curiosidad.


sábado, 20 de junio de 2009

FILOSOFÍA HELÉNICA

LA EDAD DE ORO II[1]
En este período la lengua y la cultura griegas jugaron un papel dominante. Los reinos helenísticos eran tres: Macedonia, Siria y Egipto. Las fronteras entre los distintos países y culturas desaparecieron, y se fusionaron en un conjunto de ideas filosóficas, religiosas y científicas. Este período agudizó la duda y la desintegración religiosa y la desesperanza. La filosofía se movía cada vez más hacia la salvación y el consuelo. La filosofía era poco original y Alejandría se convirtió en un lugar de confluencia entre Oriente y Occidente. Alejandría pasó a ser el centro del pensamiento.
Los Cínicos
Esta filosofía fue fundada por Antístenes en Atenas alrededor del año 400 a. C. Los cínicos sostienen que la verdadera felicidad no estriba en cosas externas como la ostentación. El poder o la buena salud. La verdadera felicidad no depende de cosas casuales y puede ser lograda por todos. Además no puede perderse cuando ya se ha conseguido. Ni siquiera el sufrimiento y la muerte debían dar lugar al desvelo. De la misma manera tampoco debía preocuparse por el sufrimiento de los demás.
El cinismo, que es más que una filosofía, una forma de vida, fue vivido y difundido por Antístenes, Diógenes de Sínope y los discípulos de Zenón de Citium, el fundador del estoicismo. En todos los casos, los cínicos pretendían promover la educación y servir como guías. Así procuraban influir indirectamente en la vida política, donde se presentaban como cosmopolitas, pregonaban la igualdad social y el retorno de la naturaleza.
El cinismo surge cuando se presenta la crisis en la vida humana, cuando desaparece una fe estable y el hombre se afirma a sí mismo de diversas maneras, como en el desgarramiento cínico. Frente al desmoronamiento que supone la caída de las creencias humanas, el cínico desprecia cualquier convección, pero el cínico no personifica una mera actitud negativa frente a la crisis, su cinismo le sirve para soportarla y no derrumbarse.
De tendencia ascética e influencia hedonista, los cínicos construían unas bases par resistir los embates de la crisis. Por eso los cínicos no criticaban a los modelos humanos dominantes o que seguían siéndolo, para aparecer ellos mismos como modelos. Su función era educativa, porque sólo el tipo cínico poseía una práctica regular, un modo de ver y batallar en el mundo y una forma moral de asumir la vida, derivada de sus prácticas.
Diógenes (413-327 a. C.)
Es el más reconocido de los cínicos de quien se dice que vivía en un tonel y no poseía más que un bastón, una capa y una bolsa de pan. Este estilo de vida se asociaba con la exageración de la felicidad socrática, encarnada por él, en el cual el hombre es más feliz cuanto menos necesidades y preocupaciones tenga viva en armonía plena con la naturaleza.
Los Epicúreos
Epicuro fundó alrededor del año 300 una escuela filosófica en Atenas, en la cual desarrolló la ética del placer de Aristipo y la combinó con la teoría atomista de Demócrito. Aristipo, un alumno de Sócrates, manifestaba que el fin de la vida era conseguir el máximo placer sensual. “El mayor bien es el deseo, el mayor mal es el dolor”. Él quiso desarrollar un arte de vivir que residía en impedir toda clase de dolor. El placer se concebía como el bien primero.
Actualizaron la teoría atomista introduciendo el libre albedrío en la teoría del movimiento de los átomos, para explicar la libertad con la cual deber actuar el hombre. Dicha física atomista se podía obtener la ataraxia, o ausencia total de las perturbaciones, las cuales provienen del deseo de los bienes que no se pueden conseguir y el miedo a la muerte.
Epicuro distingue dos tipos de placer: el placer en movimiento, el de los sentidos que pronto se desvanece y el placer estable que da el espíritu. Allí se encuentra la felicidad, y para obtenerla es necesario distinguir los deseos que merecen satisfacción de aquellos que no. El sabio debe saber distinguir y satisfacer los deseos naturales y necesarios, como el hambre y la sed, y debe estar atento a los naturales y no necesarios como las riquezas, los honores, los placeres…
El dominio de los deseos produce la virtud. De ahí que la virtud sea un medio para alcanzar el placer. Las más importantes son la prudencia para discernir los verdaderos placeres. La templanza que frena las pasiones. La fortaleza que domina el miedo a la muerte y la justicia que nos libra de cometer lo injusto.
El placer más simple debe evaluarse frente a la posibilidad de obtener un placer mayor, según Epicuro, un placer más perdurable o más largo. Para vivir una vida feliz habría que superar el obstáculo del miedo a la muerte. Su consigna es vivir el momento.
Los Estoicos
La escuela estoica se encuentra dividida en diversos períodos. El estoicismo antiguo, fundado por Zenón de Citium y continuado por Aristón de Quíos, Cleantes y Crisipo, se caracteriza por mantener la continuidad con algunos postulados de la escuela cínica, sobre todo en lo que concierne a la política y a la moral. Los antiguos estoicos se preocupaban muy especialmente de cuestiones físicas que relacionaban con sus ideas acerca de la divinidad y del destino. El estoicismo se levanta entonces como un conjunto de doctrinas filosóficas, un modo de vida y una visión particular del mundo.
Se puede denominar el estoicismo como una doctrina racionalista, corporalista y determinista, que procuraba una moral de tipo socrático fundada en la conquista de la eudamonía (felicidad) Aquí el hombre está determinado por el destino, la fatalidad. Los estoicos consideraban que todos los hombres formaban parte de la misma razón universal, cada ser humano es como un mundo en miniatura, un microcosmos, reflejo del macrocosmos.
Del estoicismo conocemos la ática, cimentada en la eudamonía, que consiste en el ejercicio de la virtud misma, en la propia autosuficiencia para deshacerse de los bienes externos. Vivir conforme la naturaleza se constituye en el primer imperativo ético, esto es, acorde con la razón, pues lo natural es racional. La felicidad consiste en la aceptación del destino, en la lucha contra las fuerzas de la pasión que producen el malestar.
El aprendizaje de la actitud ante la muerte, el mantenerse y resistir ante las eventualidades de la existencia humana podrían transmitirse a todos. El estoicismo se consideraba como una filosofía popularizada y una religión filosófica.
Existe una sola naturaleza, que se denomina monismo. De ahí que rechazara la oposición entre espíritu y materia. Los estoicos borraron la diferencia entre el individuo y el universo. Insistieron además en que la enfermedad y la muerte siguen las inalterables leyes de la naturaleza. Por lo tanto, el ser humano debe reconciliarse con su destino. La aceptación total del destino es fundamental en su propuesta, llegando a una total ataraxia o estado de indiferencia ante las adversidades del mundo.
A pesar de promulgar una teoría de la resignación, que hubiera derivado en la aceptación de todo lo existente como necesario, no impidió a los estoicos ejercer una crítica social y política e insistir en reformas fundadas en sus ideales cosmopolitas y del sabio. El asiento estoico de muchas personalidades del mundo romano prueba este rasgo del estoicismo, que se manifiesta con más fuerza cuando la parte teórica va siendo marginada por la visión ante el mundo.
El Escepticismo
Se denomina escéptico al que, después de haberlo examinado todo, o de suponer que lo ha hecho, encuentra en el aislamiento, en la interrupción del juicio y en la negación, la paz y el sentido de su existencia. Esto conduce a la ataraxia (tranquilidad interior y exterior, paz espiritual) Escéptico es quien mantiene una posición distanciada de cualquier tesis. Por eso el escepticismo antiguo, es una ética, una forma de ver el mundo.
Los representantes del escepticismo, particularmente los de la escuela pirrónica, se caracterizan por la negación de todo saber cierto, por la necesidad de suspender todo juicio, única forma de conseguir la verdadera felicidad, la serenidad de espíritu, o sea, la ataraxia.
Este trabajo combinado de la praxis con la teoría en una actividad vital última, la comparten todos los escépticos antiguos, a pesar de no formar una academia o escuela en el sentido formal de la palabra. El escepticismo antiguo es una actitud que, matizada de diversas maneras, penetra en las escuelas filosóficas y en los pensadores que no pertenecieron a la academia.
Pirrón (360-270 a. C.)
Según Pirrón, todas las cosas son mudables e impenetrables y, por lo tanto, indiferentes. Con esto afirma que nada es verdadero ni falso, ni ecuánime, ni injusto, ni bello, ni feo. De esto se deduce que el hombre no debe decidirse por nada, ni legitimar opinión o creencia alguna: el sabio debe más bien enclaustrarse en sí mismo y elegir el silencio, que proporciona la imperturbable, la ataraxia, y, con ella, la felicidad auténtica.
La suspensión del juicio se convierte en la vía para llegar a este estado de indiferencia, logrando la tranquilidad. En dicha suspensión del juicio subyace la confianza como constante del bien. Sin la promesa de la tranquilidad, sería imposible que el sabio se encerrara en sí mismo, pues se cree que existe una divinidad que se opone el eterno cambio de las cosas.
Arcesilao de Piatane (316-241 a. C.)
Fundó el escepticismo académico, recibió este nombre pues se le dio en la academia platónica, cuando él la dirigía. Negaba la posibilidad de una certeza absoluta que intentó demostrar por todos los medios Zenón. Argumenta que no hay criterio de verdad y, por lo tanto, tampoco certeza.
Carnéades de Cirene (214-129 a. C.)
Niega la posibilidad de distinguir entre representaciones verdaderas y falsas, y considera lo verosímil y lo probable como única posibilidad de aproximación al conocimiento. De cara a la probabilidad, admite tres grados en ella: las opiniones probables en la vida diaria, las opiniones probables no refutadas y examinadas hasta ahora y las probables no refutadas y examinadas.
La filosofía del Imperio Romano
Séneca (4-65 d. C.)
Se concentraba en una filosofía de corte moral combinada con ideas de cristianas como la del pecado, por ejemplo. Se le puede considerar como uno de los representantes del estoicismo de la época imperial. Entre sus textos se destacan las Cartas a Lucio, De los beneficios y los Diálogos. Propone que el sabio estoico no debe apegarse a nada que le pueda ser arrebatado. Puede poseer riqueza pero no dejarse poseer por el apego que puede sentir hacia ellas, algo que se encuentra en los evangelios cristianos.
Promulga el amor al prójimo, desde el imperativo de una igualdad entre todos los hombres, considerando el mundo entero como una sola patria, una visión cosmopolita del hombre que condujo al debilitamiento de la idea de imperio. Este amor a todos los hombres lo hacía extensivo a los esclavos y enemigos propios.
Epicteto (50-140 d. C.)
Trató de establecer un conjunto de reglas prácticas para la conducta del hombre que carecían de fundamentos teóricos, recomendaba el desprecio de las riquezas y argumentaba que la felicidad se encontraba en el triunfo de la razón y de la voluntad.
Propone una máxima: “el modo de ser feliz o imperturbable, es desear y despreciar lo que depende de uno, para lograr así la ataraxia o ausencia de inquietud, tranquilidad de ánimo, despreciado todo lo demás, las riquezas, enfermedades, la propia vida, y eligiendo lo que conduzca al hombre a la libertad. Para lograr esta ataraxia es conveniente abstenerse de lo que no sea necesario y soportar los males que se presentan”. Caracteriza su filosofía por un fuerte sentimiento religioso en la cual la vida es puesta al servicio de Dios y todo lo que le sucede al hombre es la voluntad divina para poner a prueba al ser humano. Su ética está fundada en la fe hacia Dios, la influencia cristiana es evidente en sus postulados.
Marco Aurelio (121-180 d. C.)
Su obra filosófica se recoge en las Meditaciones, conjunto de máximas y reflexiones de tendencia estoica. Al igual que Séneca y Epicteto, su obra estuvo también influenciada por la moral cristiana, hecho que suavizó un poco la dureza que entrañaba el estoicismo. Considera que el bienestar del ser humano radica en el apoyo y la colaboración con otros hombres y en el amor y respeto a los más necesitados. En sus postulados predominó el sentimiento religioso, basado en la presencia divina, la providencia, la creación del hombre a semejanza de Dios y, por ende, el amor y el respeto a los demás.
LA ESCUELA PLATÓNICA
Si se pudiera definir el neoplatonismo, se diría de él que es como agrupación de varias doctrinas filosóficas y religiosas de una escuela híbrida de pensadores que quería desarrollar y sintetizar las ideas metafísicas de Platón. Dicha síntesis tuvo su esplendor en Alejandría con el judaísmo helenista, y el filósofo Filón de Alejandría. La doctrina tenía un carácter esencialmente griego.
El neoplatonismo se define por la oposición categórica que plantea entre el cuerpo y el espíritu, elaborada a partir del dualismo platónico: idea-materia, oposición que se provoca mediante la mediación entre el nous y el alma universal y el alma universal, que dan el poder divino de lo uno a todo, blindándose contra el mundo de los sentidos, liberándose así de una conducta ascética.
La doctrina neoplatónica es una variante del monismo idealista, donde la realidad última del universo era lo uno, perfecto, incognoscible e infinito. De este uno proceden varios planos de la realidad, siendo el nous (inteligencia pura) el más elevado. Del nous se desprende el alma universal, que crea y da origen a las almas inferiores de los seres humanos. El alma universal se considera como una imagen del nous, del mismo modo que el nous es una imagen de lo Uno. Así, tanto el nous como el alma universal, a pesar de su deseo de ser diferentes, son de la misma substancia, es decir, que son consubstanciales con lo Uno.
El alma universal se constituye como enlace entre el nous y el mundo material, y tiene la opción de resguardar su integridad e imagen de perfección o ser sensual corrupta por entero. Las almas inferiores poseen esta misma capacidad de elegir. Si el alma humana se distancia e independiza del alma universal es porque desconoce su naturaleza e identidad, se presume como única y termina en la repetición de hábitos sensitivos y corruptibles.
El neoplatonismo sostiene que la salvación de esa alma se puede dar por la virtud de la libertad de la voluntad que le permitió elegir su camino. El alma debe invertir esa opción, devolviéndose en cada uno de los pasos que la llevaron hacia la corrupción, para lograr nuevamente la unión con el origen de su ser. La reunión verdadera se consuma a través de una experiencia mística en la que el alma conoce un éxtasis total. El más importante de los neoplatónicos fue Plotino. Él pensaba que el mundo estaba en tensión entre dos polos. En un extremo se encontraba la luz divina que él llamaba Uno. En el otro extremo está la penumbra total pero esta oscuridad no tiene existencia alguna para él. Lo único que existe es dios y el Uno. Según Plotino el alma está iluminada por la luz del Uno y la materia es la oscuridad.

[1] Extraído de: Instruimos. Cuadernillo teórico-práctico, preparación para las pruebas ICFES e ingreso a la universidad. Taller estructurado por competencias. Tomo III. Medellín, 2007. Pp. 113-116

CUESTIONARIO

1. Determina cómo la filosofía es la primera forma racional de saber que tuvo el hombre.
2. Establece las características generales del conocimiento humano
3. Indica cuáles son los principales métodos filosóficos en torno a todos los saberes existentes en la historia de la humanidad.
4. Elabora un ensayo en donde deje plasmado tu posición frente a la filosofía.
5. Después de la lectura del cuento “sucedió una vez”, realiza un escrito, confrontándolo con tu misma vida.
6. A partir de la canción “no basta” de Franco de Vita, es un filósofo que filosofa la vida. Argumenta tu respuesta.
7. Para qué la filosofía. Describe tu posición.
8. Realiza un vocabulario propio en torno a los temas tratados para tu ciclo.
9. Lee el texto de “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach. Elabora un ensayo de tres hojas tamaño carta, donde relaciones el inicio de la filosofía.
10. Cuál es el aporte de la filosofía al logro de la paz en tu hogar, vereda, comunidad, municipio y en nuestro país. Argumenta tu razón.

Las respuestas a este cuestionario lo pueden hacer llegar a este correo electrónico: dannycastrillon@profesores.com. Especificando en a quien pertenece y el centro de estudio.

martes, 16 de junio de 2009

KISS - BECAUSE I'M A GIRL

Para aquellos que en alguna ocasión habían pensado que lo tienen todo con su pareja y, tal vez ella, haría todo por tí....

LOS FILÓSOFOS CLÁSICOS

LA EDAD DE ORO[1]

Sócrates (469 a. C.)

Sócrates se encuentra y se enfrenta con los planteamientos dudosos de los sofistas, sus sofismas. Ello se detalla en los Diálogos de Platón, su discípulo. Su filosofía se sustenta en la búsqueda de principios que guíen al hombre, fundando el intelectualismo moral, que influirá en toda la filosofía occidental.

Se diferencia en gran medida de la época de los sofistas, pues:
· Se rehusaba a cobrar por sus enseñanzas.
· Evitaba los largos discursos a la manera de los sofistas y procuraba realizar diálogos, pues estos admitían observaciones y cuestionamientos.
· Buscaba un intelectualismo moral.

Tenía la convicción de que el futuro del hombre está en la formación de la vida moral. Lo orienta hacia el conocimiento del propio sujeto y de su conducta, repitiéndole constantemente la frase “conócete a ti mismo, como camino para alcanzar la felicidad”.

La obra de Sócrates comprende dos aspectos básicos.

Le hace referencia al relativismo moral de los sofistas –mostrando que al apalabra no tiene valor de verdad-, Sócrates afirma que la palabra o el lenguaje no significa algo concreto o determinado, sino que se refieren a un concepto universal, no a cosas existentes. Por primera vez aparece el concepto de universalidad. Por tanto, la justicia, la virtud,… no tienen sentido, pues la palabra no se reduce a cosas específicas.

El intelectualismo moral. Si niega el relativismo, Sócrates tiene que introducir una nueva forma de entender la verdad. Afirma que sin el conocimiento no existe la virtud: solamente el que sabe es justo. Pero ¿cómo se explicaría que quien es ignorante actué de una forma justa y quien no lo es en ocasiones no responda a la justicia?

Para resolver esto Sócrates plantea dos tipos de conocimiento: uno de tipo teórico y otro práctico. Dentro del práctico está la poiesis o conocimiento técnico-productivo y la praxis, conocimiento social y político. La poiesis le permite al hombre crear, así la felicidad para Sócrates surge cuando podemos realizar la virtud, la justicia y para alcanzarla necesitamos conocerla.

Método socrático. Su método fue el diálogo. A diferencia de los sofistas se escapaba de las largas disertaciones. A través del diálogo recurre mucho a las preguntas y en este inquirir lleva a su interlocutor a reconocer que no sabe nada de lo que se está tratando, para luego llevarlo a reflexionar por sí mismo, a que descubra por su propio medio la respuesta auténtica.

El método socrático para llegar al conocimiento es la mayéutica, el arte de iluminar los espíritus. Se pueden ver allí dos momentos fundamentales. La ironía, con la cual mediante una serie de preguntas confunde al interlocutor, le lleva a la contradicción y le conduce a aceptar su ignorancia (“Sólo sé que nada sé”, es otra célebre máxima socrática) Después de aceptada su ignorancia, hace descubrir a los interlocutores las verdades que llevan en sí. Les insta para que piensen y generen los conceptos morales universales y, por tanto, válidos para todos.
La Ética. Desarrolla tres aspectos fundamentales: la virtud, el bien y la moral.

· La Virtud. Promulga su enseñanza, porque sin la educación las mejores disposiciones naturales no logran desarrollarse ni llegan a dar los resultados esperados.
· El Bien. Es el conjunto de bienes regulados por la razón, de cuyo conjunto resulta la vida feliz. El bien se identifica con la vida útil y lo agradable. Para él no existe un bien trascendental como un ideal al cual haya que orientar la vida, sino muchos y diversos bienes.
· La Moral. Niega la existencia del mal moral, afirmando que ninguno actúa mal voluntariamente… que el que actúa mal lo hace por ignorancia, sencillamente porque no conoce el bien. Por lo tanto, antes de castigar se debe educar.

Propone un camino hacia la introspección oponiéndose a la sabiduría de los sofistas. El principio de este proceso es el reconocimiento de la propia ignorancia y la reflexión sobre el propio yo para conocerse a sí mismo.
Sócrates se preocupa de la exactitud, trata de eliminar las suposiciones, de explicar los términos ambiguos y los conceptos oscuros o dudosos para llegar a la claridad y a la verdad.

Desvincula la moral de la ciencia de la naturaleza. Tiene un concepto optimista del universo y lo concibe como una realidad en la que reinan el orden y la armonía…. Orden que es definido por la razón universal y por la providencia divina. Sostiene que el orden general del universo debe estar en sintonía con el cosmos individual humano.
Platón (428 a. C. – 347 a. C.)
El gran discípulo de Sócrates crea su escuela en Atenas y fue a su vez maestro de Aristóteles. Su obra más trascendental son los Diálogos, entre los que se destacan: Fedón (sobre la inmortalidad del alma), Timeo (sobre el origen del universo y la naturaleza), La República (sobre las ideas), El Sofista, Gorgias. En ellos Sócrates es el personaje a través del cual expone sus planteamientos filosóficos en los diálogos.

Teoría del conocimiento

La preocupación por darle una explicación a las teorías sobre el origen de la naturaleza en los presocráticaos, llevó a Platón a buscar un fundamento racional para explicar el origen del cosmos. Así el demiurgo aparece como el primer elemento que conforma su teoría sobre la realidad. El demiurgo es la inteligencia ordenadora del cosmos, el que le da un orden y un propósito.

El demiurgo reproduce en el mundo físico las ideas, entidades de existencia real, inmutables, eternas, simples y verdaderas. Dichas ideas están jerarquizadas y en la cima hallamos la idea de uno-bien-belleza.

Por medio de la razón, se puede identificar las ideas como lo inmutable, la esencia y unidad, perseguidas por los griegos para dar cuenta de la realidad. Y lo caótico, lo mutable y aparente se asocia con los sentidos. Si los sentidos nos llevan al error, la razón nos conduce a la verdad.

Los sentidos nos suministran información del mundo físico y, mediante la anamnesis, el alma evoca, logra la contemplación de las ideas. El mundo de las ideas es muy difícil de conocer y el hombre sólo participa de él en cierta medida. El conocimiento de las ideas, según Platón, requiere de una elevación por medio del conocimiento de las matemáticas hasta la idea uno-bien-belleza, mediante un proceso dialéctico, gracias al cual se avanza por la jerarquía de las ideas desde las más simples a las más elaboradas.

Antropología

La teoría sobre el alma está expuesta de forma principal en el Fedón. Platón sitúa el alma como pirncipio de conocimiento, propio del hombre, eterno e inmortal, está unida accidentalmente con el cuerpo. Para sustentar su teoría sobre el alma y el cuerpo recurre a la explicación de dos mundos: A) Mundo físico. En constante cambio, transitorio, aparente, engañoso. B) Mundo de las ideas. El real, inmutable, eterno, imperecedero. El alma pertenece al mundo de las ideas y el cuerpo pertenece al mundo físico.

Platón es influenciado por el concepto de trasmigración de las almas de los pitagóricos, para quienes el alma se transmite a otro cuerpo una vez muere. Las almas pertenecían al mundo de las ideas donde estuvieron en contacto con éstas (en mayor contacto con las ideas superiores en virtud, justicia, etc.) Luego estas almas se unen con un cuerpo para comenzar un proceso de purificación de una forma temporal. Por medio de una información física, opaca imitación de las ideas. El alma recuerda estas ideas y a ello lo llama anamnesis o teoría del recuerdo.

En Platón se pueden distinguir tres tipos de alma: concupiscible, irascible y racional.

Alma concupiscible. Es la de más poco valor en el hombre. Está compuesta por sus deseos y necesidades básicas. Físicamente se ubica en el vientre, su virtud es la templanza.

Alma irascible. Tenacidad, fortaleza del hombre para vencer los problemas y alcanzar las metas. Platón la ubica en el pecho y su virtud es la fortaleza.

Alma racional. Cuyo fin es el conocimiento de las ideas. Es la superior, y es la única inmortal. Se encuentra en la cabeza y su virtud es la prudencia.

Las tres virtudes contribuyen a controlar el cuerpo y al mismo tiempo el alma racional controla la fortaleza y la templanza. La representación de estas almas se encuentra en el mito que representa a Fedro como un auriga (el alma racional) que monta un carro tirado por dos caballos, uno es blanco, noble dócil y fuerte (alma irascible) y el otro es negro, rebelde, perturbador, insurrecto (alma concupiscible)

Ética y política

La justicia consiste en la perfecta armonía de las tres almas, cuando cada individuo potencia las virtudes que le son propias.

Cuando esto ocurre, se alcanza la felicidad por medio de la virtud. En cuanto a la política, el planteamiento de Platón aparece reflejado en La República bajo un modelo de sociedad perfecta. Allí plantea dos principios fundamentales: la estructura del Estado debe corresponder a la estructura planteada para el alma. Así podemos distinguir en el Estado tres clases sociales: los gobernantes, identificado con el alma racional. Los guardianes encargados de la defensa del Estado, equiparados al alma irascible y los productores, que identificaríamos con el alma concupiscible.

Cada uno de los anteriores grupos sociales tiene una función específica y desarrolla una virtud que es equivalente a la parte del alma con la que los hemos relacionado. Así:
· Los productores, templanza o moderación.
· Los guardianes auxiliares, fortaleza.
· Los gobernantes, prudencia.
De esta forma si cada uno se dedica a su función en consecuencia con su virtud específica, obtendremos mejores resultados, logrando la armonía una vez las funciones estén bien determinadas.

Con ello se logra la justicia social, que consiste en la realización de las labores propias de cada grupo y cada grupo social sea consecuente con la virtud que le es propia. Así quienes podrán gobernar son los sabios, pues ellos son quienes pueden acceder a la idea de justicia que se desprende de la idea de bien. La finalidad del Estado consistiría en educar a los ciudadanos en la justicia y la virtud, para acceder a la felicidad.
Aristóteles (384-322 a. C.)

Según Aristóteles la metafísica se ocupa de las causas y principios primeros, indaga el ser en cuanto ser y se pregunta por la sustancia y por lo suprasensible, es decir, su finalidad es preguntarse por las realidades que están por encima de la física.

Aristóteles propuso cuatro causas que determinarían las realidades de la metafísica. Estas cuatro causas son: causa formal (la especie, la clase, la forma), causa material (materia de la que está compuesta una cosa) causa eficiente (fuente de movimiento, creación o cambio) y causa final (desarrollo, meta, objetivo de un individuo, o la motivación final de un proyecto o invento) Así pues, un niño está compuesto de músculos, tejidos, huesos, órganos, etc., ello sería la causa material. La causa eficiente serían sus padres, que lo procrearon. La causa formal es su especie (humano, hombre). La causa final es su impulso innato por convertirse en un individuo que se pueda desarrollar como ser humano en un ámbito determinado, en contextos diferentes, las mismas cuatro causas se aplican de forma análoga. Así, la causa material de una silla es la madera, con la cual se ha construido. La causa eficiente, el carpintero. La causa formal, la forma como el carpintero le ha dado a la madera, ser silla y causa final, su función (sirve para sentarse y para la comodidad)
Fundamenta su metafísica en la existencia de un ser divino, al que llama motor inmóvil, responsable de la unidad y el cosmos, y que vendría a justificar el principio del movimiento. De la perfección de esta causa de todas las cosas, todos desean participar. Este Primer Motor, tal y como lo describe Aristóteles, no corresponde a finalidades religiosas.

Al hablar del ser como fundamento de la metafísica, se puede hablar de categorías del mismo, las cuales hacen referencia al ser como unidad. Las categorías del ser son: aquello que no existe por sí mismo sino que se manifiesta en un soporte o substancia y las otras que se consideran como accidentes: cantidad, cualidad, relación, pasión, lugar, tiempo, modo, acción.
Los cuerpos están compuestos por la asociación íntima de la materia y la forma: constituye la teoría hilemórfica de la materia.

Los cuerpos están compuestos por la asociación íntima de la materia y la forma: constituye la teoría hilemórfica de la materia.
Teoría del movimiento
Si bien esta teoría plantea la existencia de un primer motor inmóvil e inmutable, causa incausada de todas las cosas y eterno, Aristóteles sí concibe el movimiento y argumenta que aquello que está en movimiento es movido por este primer principio que es acto puro y causa final de todas las cosas. Dicho movimiento supone el paso del no ser en potencia a acto, actualización de la potencia. El movimiento no supone en absoluto el no ser como una nada, sino el no ser como potencia.
La materia asume una forma nueva, donde la corrupción de la misma es pérdida de la forma. La forma es también, según Aristóteles, principio de acciones y ordenamiento. Es decir, de acuerdo con la forma, la materia tendrá unas determinadas funciones, que permitirán clasificarla en distintas especies. A esto lo llamó naturaleza: el conjunto de actividades que le son propias de acuerdo con la forma substancial.
Ética
La Ética a Nicómaco (obra en la que sintetiza su discurrir ético) es una exploración de la relación del carácter y la inteligencia con la felicidad. Las ideas acerca de la felicidad parten de la afirmación de que ésta constituye el fin de todo ser humano, ¿qué es la felicidad? Podemos encontrar dos respuestas distintas: placer y gozo, lo que concibe la mayoría.
La perfección de la naturaleza humana es determinada por la razón. Aristóteles definió aquella como la ejecución de las actividades que le son propias a cada ser, de acuerdo con su naturaleza. Si la felicidad es propia de la naturaleza de cada uno, se debe buscar en sí mismo, en lo que lo diferencia de los demás.
En cuanto al hombre, es la razón la que le proporciona la plenitud, y la felicidad aparecerá cuando se dedique a la contemplación. Si todos los seres humanos tienen la misma naturaleza, la felicidad será común para todos los hombres.
Pero como el hombre no es sólo razón, la felicidad humana es limitada, pues debe solventar primero sus necesidades. Estas necesidades estarán enmarcadas por las virtudes éticas, son prácticas, disposiciones perdurables, que nos permiten actuar eligiendo el término medio entre dos opuestos, como principio de virtud.
Virtudes dianoéticas (intelectuales) Allí se produce la perfección del alma racional en cuanto tal, se desarrollan correctamente las capacidades intelectuales. Para hallar el término medio entre esos dos extremos el hombre se vale de prudencia, entendida como el buen juicio. De allí se pasa a la sabiduría, en donde se contemplan las realidades que están por encima de su entorno, es decir, se entra a la metafísica.

[1] Extraído de: Instruimos. Cuadernillo teórico-práctico, preparación para las pruebas ICFES e ingreso a la universidad. Taller estructurado por competencias. Tomo III. Medellín, 2007. Pp. 109-113

miércoles, 10 de junio de 2009

Plan General CLEI VI

UNIDAD 1
FILOSOFÍA ANTIGUA
  • La sofística
  • Filósofos clásicos: Sócrátes, Platón y Aristóteles
  • Postaristotelismo: estoicismo, epicureísmo, escepticismo, eclecticismo
  • Neoplatonismo

UNIDAD 2
FILOSOFÍA MEDIEVAL Y DEL RENACIMIENTO

  • La patrística
  • Filosofía arábigo-judía
  • La escolástica
  • Filosofía Política del Renacimiento

UNIDAD 3
FILOSOFÍA MODERNA

  • Racionalismo
  • Empirismo
  • El Idealismo
  • La Ilustración

UNIDAD 4
FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA

  • Voluntarismo
  • Pesimismo
  • Positivismo Biológico
  • Socialismo Utópico y Científico
  • Positivismo
  • Utilitarismo
  • Neoplatonismo
  • Pragmatismo
  • Vitalismo
  • Fenomenología
  • Existencialismo
  • Escuela de Frankfurt

Plan General CLEI V

UNIDAD 1
EL QUEHACER FILOSÓFICO
  • Introducción a la filosofía
  • Inicios del saber humano
  • Origen de la filosofía
  • El conocimiento
  • Filosofía y Ciencia
  • Los problemas de la filosofía
  • Métodos de la filosofía

UNIDAD 2
FILOSOFÍA ANTIGUA

  • Filosofía pre-ática
  • Filosofía presocrática
  • Filosofía de la naturaleza

UNIDAD 3
TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

  • Posibilidad y origen del conocimiento
  • Criterios de verdad
  • Epistemología

UNIDAD 4
ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA

  • El hombre y sus aspiraciones
  • El hombre y sus relaciones sociales
  • El hombre su naturaleza y su existencia problémica
  • Antropología contemporánea

INDICADORES DE LOGROS

CLEI V

 Determina a la filosofía como la primera forma racional del saber que tuvo el hombre.
 Entiende la filosofía como ciencia de lo universal.
 Establece las características generales del conocimiento filosófico.
 Diferencia la filosofía del pensamiento místico.
 Indica los principales métodos filosóficos en torno a todos los saberes existentes en la historia de la humanidad.
 Comprende la filosofía como una ciencia problémica y teórica con aplicación a la vida cotidiana.
 Identifica cómo se forman los diferentes saberes a partir de la filosofía.
 Clasifica cada uno de los diferentes conceptos de los filósofos, en la historia de la filosofía, entre idealista y materialista.
 Ve en la filosofía una oportunidad para resolver problemas universales y generales.
 Demuestra la aplicación social de la concepción filosófica de Sócrates, Platón y Aristóteles, en concordancia con Kant y Descartes.
 Reconoce y aplica los diferentes métodos de la filosofía.
 Define el significado filosófico de conocimiento intuitivo, idealista, materialista y experimental.
 Comprende el sentido de la vida humana desde diversas perspectivas teóricas.
 Reconoce y acepta las diferencias culturales entre los hombres.
 Conceptualiza posturas críticas sobre el sentido de la vida humana.
 Reconoce la lógica como el estudio de los procesos mentales.
 Reconoce el conocimiento como proceso problemático para la filosofía.
 Indica el aporte del conocimiento al saber científico.
 Identifica los diferentes comentarios que se refieren a la posibilidad del conocimiento.
 Relaciona la teoría del conocimiento con la solución a la crisis de valores éticos y morales que vive la sociedad de hoy.
 Identifica la esencia del conocimiento racionalista y empirista.
 Deduce el origen del conocimiento en la historia de la filosofía.
 Identifica diferentes corrientes que se refieren a las fuentes del conocimiento.
 Aplica procesos y métodos lógicos a sus operaciones racionales de manera consciente.
 Cuestiona desde la teoría el concepto de verdad.
 Comprueba la validez intelectual del razonamiento lógico.
 Relaciona la noción de concepto con la categoría, según la lógica de Aristóteles.
 Reconoce la ciencia como una práctica humana sistemática, metódica y organizada, destinada a la producción del conocimiento.
 Realiza argumentaciones fundadas en procesos lógicos.
 Elabora pequeños escritos y ensayos sobre teoría del conocimiento.


CLEI VI

 Identifica las diferentes concepciones de los filósofos presocráticos.
 Reconoce las principales características del pensamiento postaristotélico.
 Reconoce las principales características del pensamiento neoplatónico.
 Realiza pequeños escritos críticos frente a las posturas de los pensadores griegos.
 Compara críticamente diversas corrientes del pensamiento socrático, platónico y aristotélico.
 Distingue los rasgos fundamentales del pensamiento de Platón y Aristóteles sobre el ser y la realidad.
 Identifica las principales características de la filosofía renacentista.
 Identifica las principales características de la filosofía medieval.
 Compara el pensamiento filosófico antiguo con el renacentista y medieval.
 Expone argumentos sobre los pensadores antiguos, renacentistas y medievales.
 Reconoce las principales características del racionalismo.
 Reconoce las principales características del empirismo.
 Reconoce las principales características del idealismo.
 Reconoce las principales características del pensamiento ilustrado.
 Establece comparaciones y toma una posición crítica respecto a los diversos pensadores de la época.
 Identifica las principales corrientes contemporáneas en lo referente a lo ético y antropológico desde el voluntarismo y el pesimismo.
 Identifica las principales corrientes contemporáneas en lo referente a lo ético y antropológico desde el positivismo biológico.
 Identifica las principales corrientes contemporáneas en lo referente a lo ético y antropológico desde el socialismo utópico y científico.
 Compara y establece relaciones entre lo ético y antropológico desde el voluntarismo y el pesimismo.
 Compara y establece relaciones entre lo ético y antropológico desde el positivismo biológico.
 Compara y establece relaciones entre lo ético y antropológico desde el socialismo utópico y científico.
 Compromete su criterio y postura argumentada sobre diferentes corrientes del pensamiento antropológico y ético.
 Evalúa la importancia de la reflexión epistemológica para las ciencias contemporáneas.
 Reconoce los orígenes de la reflexión ontológica.
 Valora la importancia de la ontología para la filosofía y la teología.
 Compara por semejanzas y diferencias los planteamientos de algunos autores y pensadores filosóficos.
 Reconoce la importancia para su formación moral, de la reflexión axiológica.
 Aplica los conocimientos axiológicos, en casos concretos para su propia vida.
 Analiza, argumenta, interpreta y contrasta sobre cómo piensa el hombre desde los principios lógicos y del raciocinio.

TANTO PARA CLEI V COMO CLEI VI

ü Examina y confronta conceptos, argumentos y textos filosóficos para analizarlos críticamente.
ü Investiga fuentes teóricas y da ejemplos apropiados que apoyen o contradigan sus posturas personales.
ü Produce textos escritos con argumentos coherentes, según las exigencias del contexto (clases y consultas)
ü Demuestra compromiso, respeto, honestidad y autocrítica hacia sí mismo y los demás.
ü Muestra un gran nivel de comprensión y entendimiento de los temas vistos.
ü Se muestra muy interesad@ y siempre motivad@ con los temas a investigar y cumple con las fechas indicadas.
ü Realiza los trabajos con gran creatividad haciendo uso distinto de algunas tecnologías y recursos.
ü La presentación del trabajo es ejemplar y demuestra respeto, liderazgo y solidaridad (amistad y cortesía) en la clase.
ü Tiene pocos conocimientos y no muestra mucha comprensión en los temas.
ü Muestra muy poca creatividad y, por ende, manifiesta escasos esfuerzos por hacerlo.
ü No muestra interés por los temas a investigar y/o consultar.
ü No se motiva y no cumple con los trabajos

Un cuento para pensar

Sucedió una vez[1]

Una lluviosa noche, casi al filo de la madrugada, en un viejo café de una esquina de la ciudad, se reunieron viejos amigos intelectuales, para hablar de esas cosas de la vida que por lo general el común de la gente no se cuestiona.

Quizás la fuerza de los elementos los inspiraba, por eso alguien comenzó la conversación con el tema de la gran paradoja del Universo.

Algunos, arriesgaron algunas respuestas hasta que uno de ellos se refirió a una teoría muy antiguo, de más de cinco mil años atrás.

Aclaró a quienes lo escuchaban, que este conocimiento oculto fue celosamente guardado por muchos siglos para convertirse posteriormente en la fuente de inspiración de filosofías y religiones occidentales.

Ante el interés que causó esta afirmación, continuó explicando que estas enseñanzas se basaban en el dominio de las fuerzas mentales, siendo su principio fundamental el supuesto que sostiene que el Universo es mental.

Significa que vivimos en la mente del creador y si aceptamos las leyes que gobiernan el Universo, sólo con el poder de la voluntad, es posible cambiar de un estado mental no deseado a otro, neutralizando la oscilación rítmica pendular que tiende a arrastrarnos hacia ambos lados de los opuestos.

La mente, así como todos los metales y demás elementos, pueden ser transmutados, de estado en estado, de grado en grado, de condición en condición, de polo a polo, de vibración en vibración. Es un arte, un método, y sólo se logra fijando la atención en el estado deseado. Por ejemplo, si tenemos miedo, es inútil perder el tiempo tratando de matar el miedo, sino que lo que debemos hacer es cultivar el valor, fijando la atención en ello; sólo así el miedo desaparecerá.
Ya era de día y los amigos se despidieron; sin antes comprometer a su elocuente amigo para una próxima reunión, sumamente interesados en comprender esta doctrina.
[1] Basado en “El Kybalion”

La filosofía antigua

Historia de la filosofía antigua

1. Unidad Introductoria

OBJETIVO: Iniciar en el contenido de los grandes pensadores clásicos de la Grecia Antigua, para que desde allí motiven a estudiar con interés y esmero toda la Historia de la Filosofía.

Filosofía India: Geográficamente propicia para las invasiones. Se le considera como la cuna de una de las culturas más antiguas del mundo. En el año 1600 a.C. los arios invadieron el noroeste de la India y desde allí pasaron al oriente y al sur. Así fueron formando una cultura resultante de la mezcla de su propia cultura aria con la cultura indú, apareciendo, entonces, la cultura indú – aria, donde evolucionó el pensamiento filosófico de la India.

Lo primero que debe tenerse en cuenta es que el espíritu de los indúes se dirige más a lo eterno que a lo temporal, de ahí la dificultad para precisar las fechas. Tampoco se habla de pensadores concretos, puesto que la persona no interesa, sólo permanecen sus pensamientos. En la evolución del pensamiento indú sobresalen dos períodos: a) Período Veda: 1500 a.C. al 500 a.C. y b)Período Clásico: 500 a.C. al 1000 d.C.

Período Veda: Se caracteriza por la unidad alrededor de la religión Brahamánica. El nombre le viene de unos escritos de carácter religioso, de épocas diversas y de autores anónimos, llamados Vedas. La extensión de los vedas equivale a unas seis veces la Biblia. Dentro de estos escritos hay una división según el oficio que desempeñaba en el culto:
· Convocador: Rig Veda (versos).
· Cantor: Sama Veda (cantos).
· Oficiante: Yagur Veda (plegarias).
· Sumo Sacerdote: Atherva (fórmulas mágicas).

Año por año, estos libros recibían adiciones y de acuerdo al tiempo en que aparecían, se hacían nuevas divisiones, la época principal es aquella en que surgen los Upanishadas, que son fórmulas muy secretas aparecidas más o menos del 750 al 500 a.C.

Doctrina de los Upanishadas: En un principio no aparece la diferenciación entre las cosas animadas y las inanimadas... la materia se confundía con el espíritu... se creía que todo estaba animado y que los hombres no se diferenciaban de las cosas. En este ambiente de bajo nivel cultural apareció una pregunta filosófica: ¿habrá algo oculto detrás de la multiplicidad de las cosas? – este mundo, con todas sus cosas, habrá tenido un principio. Todo se queda en la duda radical, pero lo que sí aparece claro es el deseo de buscar la unidad.

A lo largo de toda la literatura Upanishada se respira un ambiente de marcado pesimismo. En ella sobresalen tres doctrinas:
1. Doctrina del Brahman: Originalmente significó oración; más tarde conocimiento religioso y finalmente, el principio creador cósmico, el fundamento original de todas las cosas.
2. Doctrina del Atman: Originalmente significó soplo, aliento; luego, lo más íntimo del propio yo, del alma, del espíritu. En una palabra, se entendía por Atman "el en sí mismo".
3. Doctrina de la Transmigración de las Almas: Sostiene que después de la muerte el alma se traslada al punto de partida y de acuerdo a la bondad o maldad de sus actos, nacerá nuevamente buena o mal y poco a poco se irá purificando.

El no reencarnarse se logra cuando se llega a la sabiduría y en esa perfección, el hombre pierde su individualidad y se identifica con el Brahman. En los Upanishadas, el Brahman se identifica con el Atman... no son diferentes porque en el mundo sólo hay una esencia, que desde el punto de vista universal es el Brahman y desde el punto de vista particular es el Atman. La unidad es característica en la filosofía indú – aria.
Se caracteriza por:
· Críticas abundantes y profundas contra el Brahamanismo.
· La aparición de un materialismo demasiado exagerado y de un misticismo profundo.
· Los autores de este período son históricos.
· La lengua empleada para expresar las doctrinas es muy popular.
· La filosofía de este período no es una filosofía esotérica, sino abierta a todos.
Las doctrinas ortodoxas son fácilmente conciliables con el Brahamanismo. Sobresalen: Niaya Vaisheshica, Sankya, Yoga, Mimansa, Vendata. Las doctrinas heterodoxas no son conciliables con el Brahamanismo. Sobresalen: Materialismo de los Charvakas, Jainismo, Budismo.

· Materialismo de los Charvakas: Es una doctrina o sistema que no solamente ataca el Brahamanismo, sino toda clase de religión. Según ellos lo único existente es la materia... los seres animados se reducen a fenómenos materiales. El fin de la existencia para ellos es el deleite material.

· Jainismo: Dividido en varias sectas, entre ellas los albos y los desnudos. Según ellos, el mundo está compuesto de seres animados e inanimados y el hombre es, ante todo, alma, pero un alma contaminada por la materia. Por eso éste, mediante la penitencia, ha de lograr independizarse lo más que pueda de la materia, para poder llegar a la felicidad.

· Budismo:
· La Persona de Buda: Nació probablemente en el año 576 a.C. Su verdadero nombre era Sidharta Gautama. Su vida está envuelta en muchas leyendas de carácter mitológico. Pertenecía a una familia noble, pero pronto se dio cuenta de los sufrimientos de los demás y se propuso realizar una renovación. Se hizo monje, con un método de penitencia exagerado... pronto se decidió a adoptar otro método. Adoptó el nombre de Buda que significa el Iluminado y agrupó a su discípulos en pequeñas comunidades.
· Verdades Fundamentales del Budismo:
· La existencia es sufrimiento.
· El sufrimiento tiene su origen en el deseo.
· Si el deseo es fuente de sufrimiento, para suprimirlo es necesario suprimir el deseo.
· Para suprimir el deseo hay que recorrer ocho etapas:
Creencia pura Vida Pura
Acción pura Afán puro.
Palabra pura Intención pura.
Pensar puro Autocontemplación pura.

· El Dharma como constitutivo: Todos los elementos constitutivos de las cosas son llamados Dharmas y son inanimados. Incluso los elementos constitutivos de los seres animados y de los dioses, son inanimados. Estos dharmas duran un instante, por eso el mundo s una ilusión, una fantasía, por cuanto todo va cambiando. También el alma es un cambio continuo, sólo vivimos un instante. El Dharma es, pues, un instante.

· El Dharma como Ley: ese cambio continuo no se realiza por el azar, sino que obedece a una ley: la ley de la casualidad que también se llama dharma y que rige, no sólo la casualidad física, sino también el obrar del hombre. Esta ley se va desarrollando en un ciclo continuo y puede considerarse como absoluta... todo lo demás es relativo.

· El Nirvana: El la extinción del deseo que produce el sufrimiento. Se puede entender como momentos o estados a los que llega el alma a través de sus diversas reencarnaciones, o también como la felicidad definitiva y última a la que llega el alma... y esa felicidad no es más que la ausencia del dolor.

· Lo Absoluto: Es un absoluto impersonal que se identifica con la ley que rige el movimiento.

Kun-Fu-Tse (Confucio): Aproximadamente del siglo VI a.C. (551-479). Su nombre significa "Maestro de la familia Kun". Era muy ambicioso, quería alcanzar el poder político de su estado para poner en práctica las leyes estatales que él mismo había ingeniado. Influyó mucho con sus escritos, entre los que sobresalen:
· "Los Cinco Libros King", de los cuales los cuatro primeros son totalmente obra suya... el quinto fue escrito, en parte por él y en parte por sus discípulos.
· "Los Cuatro Libros Clásicos": fueron escritos por sus discípulos, pero contienen sus enseñanzas.

La doctrina de Confucio se caracteriza por estar dirigida al hombre... es antropocéntrica. En ella no se encuentra ninguna teoría metafísica sobre el origen del mundo... es más que todo un ética, parecida, en cierto modo, a la ética evangélica. Considera al hombre como un ser eminentemente social, con una proyección hacia los demás. El ideal de todo hombre, según Confucio, es ser sabio... y este ser sabio consiste en guardar el equilibrio, por eso recomienda el conocimiento y el amor a los demás y al mundo, pero sin apegarse a ellos. Dice que para ordenar el Imperio y hacerlo apto para el progreso ha de ordenarse primero a los individuos, luego a las familias y después las ciudades.

Lao Tse: Probablemente del año 600 a.C., por tanto, anterior a Confucio. Su nombre significa "Viejo Maestro". Escribió una obra llamada "Tao-Te-King", que traduce: "Libro sobre el Camino y la Virtud". Entendiendo el Tao como principio, Lao Tse, considera que este es el principio de todas las cosas, la causa primera, identificaba con la ley que rige todo cuanto existe, y esa ley, a su vez, no está condicionada por ley alguna, es ley en sí misma... es una ley eterna e impersonal.
En otro sentido considera el Tao como camino en el cual el hombre encuentra su realización. Al igual que Confucio, tiene en su ética, ciertas semejanzas con la ética cristiana. Ahora, ¿por qué el pensamiento chino – indú y en general el pensamiento oriental no es considerado como pensamiento filosófico? ¿Porque se considera que el pensamiento filosófico se inicia en Grecia?Simplemente porque en oriente todo se basa en la tradición, y la filosofía, en cambio, se inicia cuando un pueblo se desprende de sus propias tradiciones y utiliza la razón para llegar a la verdad. Por esto Grecia es considerada como Cuna de la Filosofía.
Conclusiones: Si dejamos aparte el oscuro problema de la filosofía oriental (India-China), donde los más problemático es el sentido de la misma palabra filosofía, y no entendemos a lo que ha sido esa realidad en occidente, encontramos que su primera etapa es la filosofía de los griegos. Esta fase inicial, emerge de una situación humana concreta: "la del hombre antiguo" en la cual se da de momento el ingrediente filosófico. Esto tiene dos consecuencias importantes:
· En Grecia se asiste a la germinación del filosofar con una pureza y radicalidad superiores a cuando ha venido después.
· La circunstancia vital e histórica del hombre antiguo condiciona directamente la especulación helénica, hasta el punto de que el tema capital de la Historia de la Filosofía griega consiste en averiguar por qué el hombre, al llegar a cierto nivel de su existencia, se vio obligado a ejercitar un quehacer rigurosamente nuevo y desconocido, que hoy llamamos filosofar.

Filosofía Greco-Romana: (VI a.C.-III d.C.) Comienza con la preocupación por explicarse el cosmos como totalidad, dando respuestas cada vez más sutiles y menos inmediatas. A partir de los sofistas, la problemática se centra en el hombre y en su comportamiento; la demarcación del saber alcanza en Platón un desarrollo notable. Ya en el ocaso de la edad antigua aparecen las diversas escuelas helenístico romanas que buscan un ideal de vida digno del hombre en un mundo políticamente ajeno.

Filosofía Medieval y Renacentista: (III-XVI) Se caracteriza por una preocupación moral, es así, como los primeros intelectuales cristianos (Patrística) tratan de hacer inteligible el mensaje del Evangelio utilizando el marco cultural del momento. La Escolástica tratará de demostrar y sistematizar lógicamente lo conocido por la Revelación cristiana con los elementos de la cultura heredada.

Filosofía Moderna: (XVII-XIX) Centra la problemática filosófica en el sujeto como pensante, el hombre reducido a una cosa que piensa (Racionalismo). Las posibilidades del conocer serán cuestiones por el empirismo. El Idealismo Alemán constituirá, con Hegel, el mayor intento de entender todo a partir de la dinámica del espíritu racional. Finalmente, como reacción al Idealismo, Marx introduce los factores económicos para explicar la realidad.

Filosofía Contemporánea: (XIX-XX) Hay corrientes que proceden de la etapa anterior: Vitalismo, Historicismo, Materialismo Dialéctico, Neoescolástica, etc. En el presente siglo al Fenomenología trata de dotar a la filosofía de un nuevo método, la Axiología de Max Scheler de un nuevo objeto y Existencialismo pretende centrar en la existencia individual.
Origen Histórico: En los primeros siglos de nuestra era se hallaba muy difundida la opinión de que la filosofía griega era de origen oriental. La mayoría de los historiadores modernos rechazan esta opinión, aunque aceptan una cierta influencia oriental en Grecia, dada en los siguientes aspectos:

· Los griegos alaban los conocimientos científicos de algunos pueblos orientales. En la época de Aristóteles se aceptaba comúnmente que las ciencias matemáticas provenían de Egipto.

· En el campo de la astronomía los babilónicos resultaron maestros de todo el occidente por su adelanto ya desde el tercer milenio antes de Cristo.

· La sabiduría de los grandes pensadores griegos aparecía frecuentemente relacionada con largos viajes por distintos países del Oriente.

· Las profundas y antiquísimas reflexiones del pueblo indú sobre el origen y la construcción del mundo tampoco fueron extrañas a los griegos, y aunque la filosofía surgió como una reacción crítica contra los mitos, sus contenidos más profundos continuaron prolongándose en ella.

· Algunos sostienen que la filosofía griega nació en las colonias jónicas, en la costa occidental del Asia Menor, y en estas colonias los griegos mantenían un estrecho contacto comercial y cultural con los pueblos orientales. Mileto, Éfeso, Samos y Abdera, dieron origen a muchos de los principales iniciadores de la filosofía griega.

Hechas todas estas aclaraciones sobre la influencia de Oriente en Grecia es necesario reconocer la originalidad sustancial de la filosofía griega.

· En Grecia aparece un nuevo principio transformador de toda la realidad: el espíritu de libertad, como conciencia del mismo sujeto humano y de su independencia con respecto al mundo exterior.

· El arte griego es testimonio de un espíritu que imprime en la materia el sentido de la libertad. El arte oriental es armónico y tradicional, el griego es personal y original.

· En la política, el hombre abandona la forma de convivencia gregaria, por sometimiento a un déspota, típica de los pueblos orientales, para vincularse como ciudadano capaz de trazarse su propio destino con plena participación en la configuración del Estado.

· Los griegos hicieron del conocimiento científico algo universal y desinteresado, mientras que los conocimientos de los orientales se reducían a recetas prácticas aplicables a ciertos hechos particulares, pero sin dar razón de sus causas.

En este esfuerzo no utilitarista por conocer las últimas causas de las cosas, las razones más profundas y universales de la realidad, los griegos iniciaron el pensamiento filosófico. Así llegaron a construir sistemas como los de Platón o Aristóteles, de máxima altura en la historia del filosofar, que han permanecido como modelos de la más profunda y verdadera reflexión filosófica.

Mito y Logos: Es imposible separar con claridad el terreno del mito, del terreno de la filosofía y del logos en la antigüedad. Se puede decir que la filosofía surgió, tanto en Grecia como en la India y Egipto, de un movimiento elitista de "desmitificación", al poner en crisis la tradicional sabiduría mítica. Estas élites comenzaron a buscar la "esencia", no ya en la historia de los dioses, sino en una situación "primordial", en un "comienzo absoluto" que fuese la matriz del Ser, la arché (principio).

La diferencia fundamental entre ambas formas de cosmovisión reside en el cuestionamiento lógico de la realidad. El mito no da razón de sus afirmaciones. El logos, como su mismo nombre lo indica es razón: prueba sus afirmaciones mediante deducciones metódicas más o menos rigurosas.

El filósofo ya no se conforma con el pensamiento tradicional de su comunidad, aceptado por los demás con una fe incuestionable. Él, a solas, libremente y con la fuerza de su reflexión moral, examina y prueba lo que por sí mismo debe ser sentido como verdadero. Esto es lo que el logos griego aporta al mito: en nuevo camino, más universal, racional y humano para acercarse a la verdad.

Se denomina así por pertenecer a la Península Ática (Grecia Peninsular), donde posteriormente, en Atenas, tendrá lugar la edad de oro de la filosofía griega. Este período pre-ático tiene como marco geográfico las colonias griegas de Mileto, y Éfeso en el Asia Menor y el Sur de Italia, Sicilia, Abdera, etc.

Grecia, geográficamente, tenía una posición privilegiada para el progreso. Esto favoreció que los griegos se desprendieran de sus propias tradiciones al entrar en contacto con otros pueblos.

El origen de la filosofía

Interpretaciones de la Historia de la filosofía[1]

El origen de la filosofía ha sido una cuestión controvertida a lo largo de la historia del pensamiento. Por lo general los filósofos griegos han considerado que la filosofía nace con Tales de Mileto allá por el siglo VII a. c., pero no se consideraba necesario explicar cómo se había producido ese surgimiento de una nueva forma de pensamiento. Sí parecía haber un común acuerdo en considerar la filosofía como la forma de pensamiento racional por excelencia, es decir, una forma de pensamiento que no recurre a la acción de elementos sobrenaturales para explicar la realidad y que rechaza el uso de una lógica ambivalente o contradictoria. Es a partir de la polémica que suscitan los filósofos alejandrinos durante el período helenístico cuando el origen de la filosofía comienza a convertirse en un problema. Y será a lo largo del siglo XX cuando se comiencen a encontrar respuestas explicativas de la aparición del fenómeno filosófico. Para nuestro objetivo nos bastará considerar las dos hipótesis más difundidas acerca del origen de la filosofía: aquella que sostiene el origen a partir de la filosofía oriental, y aquella que hace de la filosofía una creación original de los griegos, y que estudiaremos a continuación.

A) La hipótesis del origen oriental.

Los defensores de esta hipótesis mantienen que los griegos habrían copiado la filosofía oriental, por lo que la filosofía no podría considerarse una creación original del pueblo griego. Los primeros filósofos, sostiene esta hipótesis, habrían viajado a Egipto y Babilonia en donde habrían adquirido sus conocimientos matemáticos y astronómicos; lejos de ser los creadores de la filosofía habría sido unos meros transmisores del saber oriental que, en contacto con la civilización griega habría alcanzado un desarrollo superior al logrado en sus lugares de origen. Esta hipótesis la mantuvieron:
* Los filósofos alejandrinos. En polémica con las escuelas filosóficas griegas, y con el ánimo de desacreditarlas, los filósofos alejandrinos ponen en circulación la tesis del origen oriental de la filosofía.
* Los padres apologistas cristianos. Con intención polémica similar a la de los filósofos alejandrinos, los primeros padres apologistas del cristianismo, airean la hipótesis del origen oriental de la filosofía, hipótesis que posteriormente no será mantenida por la filosofía cristiana occidental.


1. La cuestión que se debate es si existe esa supuesta filosofía oriental. Si asimilamos la filosofía a un discurso racional entendido como la imposibilidad de recurrir a lo sobrenatural para explicar los fenómenos naturales, y al rechazo de la contradicción, resulta difícilmente sostenible la existencia de una filosofía oriental. La cuestión que se plantea, pues, es la de determinar si esa astronomía y esas matemáticas orientales eran o no eran filosofía. Los estudios sobre el tema parecen indicarnos que no, que la astronomía babilónica tendía a degenerar en astrología, es decir, en arte adivinatoria; y que las matemáticas egipcias, lejos de alcanzar el grado de abstracción necesario para considerarse ciencia, no superaron nunca el estadio de unas matemáticas o de un saber práctico, generado al amparo de las necesidades de medición de los terrenos luego de cada una de las inundaciones periódicas del Nilo.

2. ¿Qué hace que sea en Grecia donde se desarrolle la filosofía y no en cualquier otra zona de oriente? ¿Cómo explicar que, en una civilización concreta, se genere una forma de pensamiento nueva, en contraposición con las anteriores formas de pensamiento? ¿Cuáles son sus características? ¿Y cuáles eran las características del pensamiento anterior? Tanto los orientales como los griegos disponían de una mitología y de unas creencias religiosas similares. Y la estructura explicativa de las mismas es también similar. Un mito es un relato acerca de los orígenes, una narración, no una solución a un problema; puede referirse al origen del mundo, o al origen de un objeto particular, o de una clase específica de animales, etc. Al mismo tiempo que narra, sitúa al hombre en la realidad, le asigna un papel, una función, un sentido, por lo que adquiere también una función social: hacer inteligible el orden social.

La existencia de esta forma de pensamiento está atestiguada en todas las civilizaciones, y también, por supuesto, en la griega. De especial importancia para la comprensión de la aparición de la filosofía pueden ser los mitos de Hesíodo que encontramos especialmente en la teogonía. En todo caso, esas explicaciones míticas acerca del origen, comunes a todas las civilizaciones, poseen unas características también comunes que contrastan con las características del pensamiento filosófico: el recurso a entidades sobrenaturales para explicar ese origen, y el recurso a una lógica ambivalente, permitiendo que el mismo elemento o la misma entidad se comporte ya sea como un dios, ya sea como un elemento natural, estarían entre las más significativas. El rechazo de estas características, será propio de la filosofía. Y tal rechazo no parece producirse en la llamada filosofía oriental.

B) La hipótesis del origen griego.

Según esta hipótesis la filosofía sería una creación original del pueblo griego. Nos vamos a centrar en las explicaciones de historiadores del siglo XX, de las que destacamos

a)- La explicación de J. Burnet. Es la llamada tesis del "milagro griego". Según esta hipótesis la filosofía habría aparecido en Grecia de una manera abrupta y radical como fruto de la genialidad del pueblo griego. Esta hipótesis prescinde de los elementos históricos, socioculturales y políticos, por lo que termina por no explicar nada, cayendo en un círculo vicioso: Los griegos crean la filosofía porque son geniales, y son geniales porque crean la filosofía. La mantiene en su obra "La Aurora de la filosofía griega", (1915).

b)- La explicación de F. M. Cornford. Defiende la tesis del desarrollo del pensamiento filosófico a partir del pensamiento mítico y religioso. Según esta hipótesis la filosofía sería el resultado de la evolución de las formas primitivas del pensamiento mítico de la Grecia del siglo VII antes de Cristo. Para Cornford existe "una continuidad real entre la primera especulación racional y las representaciones religiosas que entrañaba" de tal modo que "las maneras de pensar que, en filosofía, logran definiciones claras y afirmaciones explícitas ya estaban implícitas en las irracionales intuiciones de lo mitológico". En su obra "De la religión a la filosofía", (1912), Cornford explica cómo la estructura de los mitos de Hesíodo en la "Teogonía" se mantiene en las teorías de los primeros filósofos, rechazando éstos solamente el recurso a lo sobrenatural y la aceptación de la contradicción. Destaca la influencia educativa de Homero y Hesíodo en la constitución y posterior desarrollo de la civilización griega, y analiza también cómo algunos de los conceptos que serán fundamentales posteriormente en la filosofía, [ moira (hado, destino), diké, (justicia), physis, (naturaleza), ley, dios, alma, etc.] proceden directamente del pensamiento mítico-religioso griego.

c)- La explicación de J. P. Vernant, en su obra "Mito y pensamiento en la Grecia antigua", (1965), añade importantes elementos derivados del contexto sociocultural, político y económico de la época para explicar cómo este paso del mito a la racionalidad fue posible, y por qué se produjo en Grecia en lugar de en otra civilización de la época. La inexistencia de una casta sacerdotal, la figura del sabio, el predominio de la ciudad, la transmisión pública del saber, la libertad individual y el desarrollo de la escritura, hacen posible la puesta en entredicho de las explicaciones cosmológicas y su sustitución por una forma de pensamiento que no entrañe la creencia y la superstición propias de los pensamientos mítico y religioso.

La estructura del mito hesiódico

(en la "Teogonía") sirve de modelo según Vernant a toda la física Jonia, siguiendo a Cornford. En este mito, en efecto, la realidad se genera a partir de un estado inicial de indistinción, por segregación de parejas de contrarios que interactúan hasta acabar configurando toda la realidad conocida. Existen pues tres momentos fundamentales en el discurrir de la narración:
1. Se parte de un estado de indistinción del elemento originario.
2. De él brotan, por segregación, parejas de contrarios.
3. Conforme a un ciclo siempre renovado se produce una continua interacción de contrarios.

C) Conclusiones

Ahora bien, esta misma estructura la encontramos en las explicaciones de los primeros filósofos jonios, pero en ellos ha tomado ya la forma de un problema: en la filosofía el mito esta racionalizado. El mito es animista, mágico, recurre a lo invisible como fundamento de lo visible, acepta lo sobrenatural y lo extraordinario. La cosmología de los primeros filósofos modifica su lenguaje y cambia de contenido: en lugar de narrar los acontecimientos sucesivos, define los primeros principios constitutivos del ser; en lugar de presentarnos una lucha de dioses nos ofrece un intercambio mecánico de procesos o fenómenos naturales. ¿Cuáles son las condiciones bajo las que se produce este cambio?

Para Vernant, el nacimiento de la filosofía es explicable aduciendo causas históricas y sociales. La inexistencia de una casta sacerdotal en Grecia, dadas las características especiales de la religión griega, elimina la posibilidad de instaurar un dogma religioso, así como la posibilidad de hacer de lo religioso un discurso cerrado, accesible sólo a los que pertenecen a la casta sacerdotal; no hay, pues, secretos que ocultar. El sabio, que es a la vez adivino, poeta, profeta, músico, médico, purificador, curandero, pero distinto del sacerdote o chamán de las religiones orientales, y que tiene el poder de ver y hacer ver lo invisible, divulga sus conocimientos: la enseñanza se opone aquí a la iniciación esotérica en una doctrina. Los conocimientos se divulgan, desembarazándose así de la figura del mago. La expansión de la ciudad, correlativamente al auge económico derivado del comercio fundamentalmente, supone el advenimiento del ciudadano, circunstancia paralela al nacimiento y desarrollo de la filosofía. La importancia del linaje deja paso a la prioridad de la polis, de la comunidad, lo que suele ir acompañado de una organización política que reclama la publicidad. El saber es trasladado a la plaza, en plena ágora, siendo objeto de un debate público donde la argumentación dialéctica terminará por predominar sobre la iluminación sobrenatural.

La filosofía, pues, si bien enraizada en el mito, parece ser una creación original del pueblo griego. Su rechazo de lo sobrenatural, de lo mágico, de la ambivalencia, son signos de una racionalidad que difícilmente podemos encontrar en otras formas de pensamiento anterior.
[1] http://www.webdianoia.com/his_fil/origen.htm

viernes, 5 de junio de 2009

Frases

«La tragedia del espíritu moderno consiste en que “resolvió el enigma del universo”, pero sólo para reemplazarlo por el enigma de sí mismo» (Alexandre Koyré)

«…Es una desgracia humana hastiarse has de la misma razón y aburrirse de la luz. Las quimeras empiezan a volver y gustan porque tienen algo de maravilloso» (Leibniz)

«Vivir sin filosofar es como tener los ojos cerrados sin tratar de abrirlos jamás» (Descartes)

«Busca en sí mismo el fundamento de la certeza y los principios firmes del juicio, es decir, del discernimiento de lo verdadero y de lo falso, pero no encuentra nada. Sólo la incertidumbre y vacío, sólo la finitud y la muerte» (Alexandre Koyré)

«El buen sentido (o razón) es la cosa mejor repartida del mundo, pues todos piensan que poseen tan buena provisión de él que aun los más difíciles de contentar en otros asuntos no acostumbran desear más del que ya tienen» (Discurso del método, Descartes)

«Sólo en los pueblos libres se sabe lo que vale un hombre» (Rousseau)

«Quien se atreve con la empresa de instituir un pueblo debe sentirse en condiciones de cambiar, por así decir, la naturaleza humana: de transformar cada individuo, que por sí mismo es un todo perfecto y solitario, en parte de un todo mayor, del que ese individuo recibe en cierta forma su vida y su ser; de alterar la construcción del hombre para reforzarla» (Contrato Social, Rousseau)

«Yo pensaría que Dios ha dado porciones de inteligencia a porciones de materia organizadas para pensar: yo creería que la materia ha pensado en proporción de la finura de sus sentidos, pues ellos son las puertas y la medida de nuestras ideas» (Voltaire)

«… En casi todas partes se ha hecho todo lo posible por volver estúpidos y locos a los hombres» (Condorcet)

«La familiaridad con los libros produce locura y además los libros quitan mucho seso a las mujeres y ellas tienen poco de suyo, de manera que ligeramente lo pierden todo» (Erasmo de Rotterdam)

«Sólo es feliz aquel que cada día puede en calma decir: hoy he vivido. Que nuble el cielo Júpiter mañana o lo esclarezca con el sol más vivo, nunca podrá su mente poderosa hacer que, lo que fue, ya no haya sido, ni logrará que no esté ya acabado lo que colmó el momento fugitivo» (Libro III, oda 29, Horacio)

«Es peligroso mostrar al hombre cuán semejante es a las bestias, sin mostrarle a la vez su propia grandeza. Más peligroso es mostrarle su grandeza sin su bajeza. Y aún más peligroso es dejarle en la ignorancia de la una y la otra» (Pascal)

«El individuo educado es aquel que reconoce la legitimidad de toda ley que le impone un comportamiento admisible y aceptable por todos, es decir un comportamiento racional y razonable. Pero es también el individuo que captaría la legitimidad de toda ley que le impusiera no respetar a la persona de otro como a sí mismo, que le obligase por ejemplo a considerar tal o tal otra categoría de seres humanos como a simples cosas» (Patrice Canivez)

«Sea lo que fuere el mal en particular, ha entrado en el mundo por mediación del hombre. La historia comienza con un accidente laboral de libertad y continúa en la misma línea»(Rüdiger Safranski)

«Oh qué sencillas eran aquellas gentes de la edad de oro, que sin prevenirse de ciencia alguna vivían siguiendo no más que las aspiraciones naturales y las normas del instinto» (Erasmo de Rotterdam)

«Me he preguntado a menudo, y no he encontrado respuesta, de dónde viene lo suave y lo bueno, hoy tampoco lo sé, ahora tengo que irme» (Gottfried Benn)

jueves, 4 de junio de 2009

LOS PRESOCRÁSTICOS

Tales (aprox. 625-550 a.0)
Nació en Mileto, ciudad de la Jonia o costa occidental de la península de Anatolia. Su nombre aparece siempre incluido en las diversas listas de los Siete Sabios legendarios de Grecia. No se conserva ningún texto suyo ni puede asegurarse que se dignara a dejar algo escrito, aunque se dice que dijo: a) todo está lleno de dioses; b) lo que de antemano rige (=la arkhé, el principio) es el agua.
Pues bien, que «todo está lleno de dioses», dicho por un griego del siglo VI a.0, no puede querer decir que todas las cosas sean partes de una sustancia única llamada «divinidad», ni que el número de redentores de la miseria humana es innumerable; por la sencilla razón de que las nociones de «sustancia», o sustrato permanente de lo variable, y de «redención», o liberación por arte de birlibirloque de la muerte, son totalmente ajenas a la mentalidad griega arcaica. Luego, ateniéndonos a lo que por los textos homéricos sabemos de tal modo de pensar, es probable que Tales quisiera dar a entender que toda cosa (=cada ente, cada uno que es) tiene asignado su dios tutelar, su inmortal propio destinado a guiarla en su llegar a ser lo que debe ser; dicho de otro modo: que ninguna cosa está dejada de la mano de su dios, que cada cosa tiene una relevancia e identidad intrínseca no reducible de suyo a tal o cual tipo de explicación normalizada y uniformadora. Por tanto, que cada cosa es digna de atención por lo que ella misma es y no por su adecuación a tal o cual patrón universal e invariable; de suerte que, en principio, no cabría hablar de un único patrón o dios. Ahora bien, esto no conlleva en modo alguno la negación pura y simple de cualquier instancia soberana, sino antes bien la afirmación de su irreductible diversidad y de su inherente inocencia; o sea, la afirmación de que lo supremo (=el dios o el patrón) consiste precisamente en el dejar que cada cosa siga su patrón propio, cumpla la parte (=lote, destino) que le ha tocado, haga presente la figura (=tipo, alma) que lleva en sí. De ahí que el dicho «todo está lleno de dioses» conlleve el de que «todo tiene un alma» o identidad singular y también el de que «todo tiene su parte en el mismo juego»; tal como decía Heráclito, a quien también se le atribuye esta afirmación de que en cada uno que es se manifiesta un aspecto de la divina o inmortal identidad de lo diverso.
Por otra parte, una vez que se ha reconocido que lo supremo es el dejar ser, el delimitar consistente en la delimitación de cada cosa según su limite propio, el encauzar dejando que cada cosa siga el cauce de su espontáneo discurrir, resulta obvio percatarse que tal modo de ser es cabalmente el modo de ser del agua. En efecto, el ser del agua (léase y entiéndase «agua», no H2O) consiste precisamente en un adecuarse al continente o absorbedor del caso, reafirmándolo en su ser con su humedad y fluidez. De ahí que tampoco carezca de sentido el que Tales afirmase, como más tarde también lo haría Píndaro, que lo supremo es el agua; es decir: que el libre curso de las cosas y el desenvuelto fluir del agua vienen a ser aspectos de la misma espontaneidad soberana, pues tanto lo uno como lo otro consisten en un discurrir que a todo se adecua y a nada se opone, que se ajusta a todo y todo lo ajusta, que no rechaza cosa ni lugar alguno, adaptándose a todo y vivificándolo todo.
A fin de abundar en el único sentido inteligible que cabe asignar al «agua» de Tales, se cita a continuación un decir chino antiguo que probablemente se refiere a eso mismo: «La suprema bondad se parece a la del agua. La bondad del agua a los diez mil seres beneficia sin reñir con ninguno, mientras va a parar al lugar [de abajo] que los hombres aborrecen, por eso es como la [suprema bondad] del dao [=camino del llegar a ser bien]» (Lao Tse; Dao De Jing, 8). Además, cualquier lector castellano sabe, por las coplas de Jorge Manrique, que «nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir». Versos éstos que obviamente no dicen que las vidas humanas sean de hecho agua, ni que comiencen o terminen de hecho en el agua —por seguir las dos «interpretaciones» mas habituales y ramplonas del dicho de Tales—, sino que exponen una comprensión de la existencia humana entendida cual río que discurre desde el manantial que es el nacer hasta la desembocadura que es el morir. Análogamente, el dicho de Tales de que «todo es agua» sólo puede querer decir que todo es a la manera del ser del agua, no siendo de hecho agua; y, asimismo, que eso que hemos llamado «ser del agua» ha de entenderse tal como eso aparece en la experiencia vital —por tanto, en la de Tales, en la de Manrique y, más o menos contaminada, en la nuestra—, no tal como eso aparece en nuestra moderna experiencia físico-matemática. Por lo mismo, sobra decir que la comprensión de Tales del ser en general como manante agua, o la de Manrique de los seres humanos cual montaraces ríos, es algo propio de un tiempo aristocrático y cualificador, no de un tiempo masificado y descualificador como lo es el nuestro. Un tiempo éste tan bárbaramente sometido a «el tiempo» —o sea, a esa sucesión puramente teorética donde nosotros, los científicos a lo bárbaro, encajamos cualesquiera tiempo como un paso más en el infinito pasar que es la serie matemáticamente uniformada de los instantes, o desfilar de puros unos a través de nada, por nada y para nada— que lo más que cabría decir de nuestras inanes existencias en «el tiempo» es que vienen a ser cual meadas de perros callejeros serpenteando, en solitario o emparejadas, por las mismas cloacas y hacia el mismo albañal.

Alberto del Río Núñez © 2005
Anaximandro (aprox. 610-545 a.0)
Nacido en Mileto. Es el primer pensador del que se conserva un fragmento de texto, el cual traducido al castellano viene a decir: «De donde las cosas nacen, hacia eso perecen, según la necesidad; pues dan justicia y pago unas a otras de la injusticia, según el orden del tiempo».
Una posible interpretación de este texto podría ser la siguiente: el principio de todo no es tal o cual cosa, sino eso previo siempre determinante (luego, nunca determinado) a partir de lo cual nace y hacia lo cual perece cada cosa o ente determinado, según va disponiendo el encadenamiento de la necesidad; de tal modo que el ir naciendo y pereciendo que constituye el ser de cada posible cosa viene a ser un antagonismo consigo misma y con las demás por mantenerse en su ser propio, durante el plazo que le haya sido asignado en el orden del tiempo; persistencia ésta que, por ser una afirmación individual de la cosa en cuestión —y, por tanto, presuponer un «injusto» encubrimiento de la justicia (díke) que es el universal dar/tomar parte que va articulando todo en el mismo universo—, habrá de ser compensada a su debido momento, quedando obligada así la cosa del caso a ceder de nuevo el protagonismo al mostrarse como tal o cual de lo indeterminable mismo.
También se dice que, conforme a la comprensión implícita en el texto citado de lo previo y rector como un eso siempre limitante aunque jamás limitado, Anaximandro caracterizó la arkhé o principio de todo como to ápeiron (=lo ilimitable). Es decir: eso a partir de lo cual y con arreglo a lo cual cada cosa se hace presente no puede ser concebido ello mismo como una cosa presente, sino únicamente como lo siempre supuesto en el aparecer de cualquier posible cosa presente; dicho de otro modo: la arkhé sólo puede com-parecer como lo jamás presente, pero no en el sentido de que sea una cosa que está fuera del hacerse presente (una nada), sino en el sentido de que la arkhé es eso ya supuesto que de modo previo rige el mostrarse de cualesquiera cosa presente.
Por cierto, resulta curioso constatar que una comprensión del ser afín a la de Anaximandro puede detectarse en un párrafo de una novela inglesa del siglo XIX, párrafo éste que se reproduce a continuación por estimarlo una aproximación harto más lúcida al pensar de Anaximandro que todo lo dicho a guisa de comentario en clave puramente teorética: «Dime, hombre blanco [habla un guerrero zulú], el secreto de nuestra vida... ¿a dónde vamos y de dónde venimos? No puedes responderme, no lo sabes. Bien, escucha, yo te lo diré: de la tiniebla venimos, a la tiniebla vamos. Como ave arrastrada de noche por la tormenta, salimos revoloteando desde no sabemos dónde; durante breve rato nos dejamos ver a la luz del fuego y... ¡zas!... de un golpe acabamos volviendo de nuevo hacia no sabemos dónde. La vida de cada uno es nada, la vida de cada uno es todo: es la mano con que mantenemos a distancia la muerte; es la luciérnaga que brilla al anochecer y se apaga al amanecer; es el blanco aliento de los bueyes en invierno; es la sombra que cruza fugaz sobre la hierba y se desvanece al ponerse el sol.» (H. Rider Haggard, Las minas del rey Salomón).
Apuntar por último que, al parecer, Anaximandro expuso asimismo un anticipo o atisbo de la evolución biológica: «Afirma también que en los primeros tiempos el hombre debió nacer de animales con alguna otra figura [distinta de la humana], puesto que los demás animales se procuran enseguida el alimento por sí mismos, pero sólo el hombre requiere una crianza prolongada, de modo que, si en su origen hubiera sido tal como ahora es, no hubiera podido sobrevivir» (Pseudo Plutarco, Miscelánea 2).
Alberto del Río Núñez © 2005
Anaxímenes (muerto hacia el 525 a.0)
Como Tales y Anaximandro era también de Mileto, razón por la cual a los tres primeros pensadores griegos se les viene dando el nombre común de «los milesios».
Según las noticias, Anaxímenes calificó la arkhé como «aire», algo que, al igual que «el agua» de Tales, no puede ser entendido (por puro anacronismo histórico) como la combinación de tales o cuales sustancias matemáticamente definidas según tal o cual fórmula, sino como el aire mismo de la experiencia no teorizada. Aire éste que aparece de modo inmediato como lo que envuelve y abarca todo, a la par que como lo que alienta y anima todo; por tanto, también como arkhé o principio de todo. Téngase en cuenta, por otra parte, que el hecho de haber caracterizado los tres milesios de modo diverso eso que de antemano rige (uno como «agua», otro como «ilimitable» y otro como «aire») no supone que hubiesen de «verlo» como algo diferente; más bien parece tratarse de cualificaciones diversas de algo percibido como lo mismo, aunque considerado desde puntos de vista distintos, tal cual corresponde a personalidades relevantemente diferenciadas. Las noticias dicen también que Anaxímenes describió el ir surgiendo de las cosas como un proceso de «dilatación» y «condensación» a partir de la cosa aire; de tal modo que la dilatación del aire cosificado da lugar al fuego y su progresiva condensación origina la aparición sucesiva de las nubes, el agua, la tierra y las piedras; a partir de estas cosas elementales irían naciendo luego todas las demás cosas.
Adviértase que es lícito suponer, aunque sólo sea por tener la deferencia de tratar a quienes son llamados los «primeros pensadores» como tales y no como una cuadrilla de cuentistas glorificados, que semejante descripción de la generación de las cosas sería considerada por Anaxímenes algo distinto de su determinación previa como «aire» de la arkhé o porqué de todo; dicho esto en el sentido de que no es lo mismo determinar la condición primera del modo de discurrir que se adopta y la exposición de un cierto discurrir sobre las cosas. Suposición que parece venir confirmada por lo que se dice en el único fragmento atribuido a Anaxímenes: «Como nuestra alma [psykhé], siendo aire, nos mantiene en un ser; así también un aliento o aire sujeta el mundo todo»
Donde parece obvio que «el aire» no es entendido como una mera cosa, sino como eso que de antemano gobierna toda posible cosa, o sea, como arkhé. Nótese asimismo que en el dicho citado no se parte de la posición del «yo» como sujeto o supuesto para luego ponerse a decidir sobre el puesto de lo demás (=lo puesto delante del sujeto u objetos), sino que se afirma un «nosotros» para reconocer de seguido la ligazón de eso con el todo del que forma parte y de cuya afirmación se parte. Al hilo de lo dicho, también conviene notar que tildar el pensar griego de «pensamiento objetivador» (o «realista», o «sensualista»...), en oposición al moderno «pensar subjetivador» (o «idealista» o «intelectualista»...), es una supina idiotez, derivada de la aberrante y deformadora actitud consistente en tomar como «objeto de nuestro pensamiento» lo que constituye la raíz del mismo, o al menos la raíz de aquel poquito pensamiento «nuestro» digno de tal nombre.
Alberto del Río Núñez © 2005
Anaxágoras (aprox. 500-428 a.0)
Era natural de Clazómenas, en la región de Jonia (costa occidental de la península de Anatolia). Se estableció en Atenas y fue amigo de Pericles y de Eurípides. Además de ser el primer pensador que enseñó en Atenas, fue también el primero en verse sometido a un proceso por impiedad. Al parecer la acusación estuvo motivada por haber proclamado demasiado alto y a demasiados que el sol era un pedrusco ardiente. Anaxágoras se libró del proceso, así como de sus presumibles consecuencias penosas, huyendo a la chita callando de Atenas.
Las noticias conservadas dicen que a partir de la constatación de que cada cosa se origina a partir de alguna otra y de que nada puede empezar a ser sin que de algún modo ya fuese, Anaxágoras afirmaba que toda cosa está en toda otra, de manera que lo primero de todo es la mezcla indiferenciada de todo en todo, es decir, el puro revoltijo. Tal mezcolanza básica está presente no sólo al comienzo, sino en cada momento y parte del devenir del todo, ya que cada posible parte del todo, por muy grande o pequeña que sea, es un compuesto de todas las demás, siendo sólo el predominio de una u otra parte lo que determina que algo sea tal cosa y no otra; es decir, en tal cosa hay más parte elemental A y en tal otra más parte elemental B, pero tanto en una como en otra están todas las posibles partes elementales. A estas partes elementales las llama Anaxágoras «semillas» (spérmata) y las considera ilimitables en número y en tamaño, pues cualesquiera porción de la mezcla primordial es indefinidamente divisible y expandible; posteriormente Aristóteles a estas «semillas» las llamará «homéomeros» o «partes semejantes», dado que siendo partes son todas semejantes por contener cada una lo mismo.
Según lo dicho, para Anaxágoras toda cosa y suceso puede explicarse de un mismo modo, a saber: como un asociarse o disociarse de los mismos corpúsculos primarios.
«No tienen los griegos una opinión acertada de qué es nacer y perecer. Pues ninguna cosa nace ni perece, sino que, a partir de lo que hay [entiéndase: de la multiplicidad que «en realidad» hay, de las semillas subyacentes], se producen uniones y separaciones, y así, lo correcto sería llamar al nacer ‘unirse’ y al perecer ‘separarse’» (B 17).
Lo cual, a su vez, supone la primera declaración explícitamente prosaica —Empédocles en su fragmento B 8 dice algo similar, pero en un contexto demasiado ambiguo y embrollado— de la conveniencia de una explicación unificada de todo, fundada no en las determinaciones más o menos confusas del decir ordinario ni en las más o menos brillantes del decir poético, sino en la determinación de todo como parte de un mismo conglomerado sometido a un mismo «unirse-separarse» y, por tanto, susceptible de ser objeto de un mismo decir. O dicho en otras palabras, la primera formulación de la noción de «ciencia» en cuanto decir normalizado y normativo acerca de lo que pasa, considerado como un puro «uno y otro y otro....» y, en definitiva, como algo determinable mediante el puro cálculo o puro discernimiento.
El unirse y separarse de lo que «en realidad» hay —y, por tanto, la diferenciación de las cosas que inmediatamente conocemos— es consecuencia de cierto movimiento de rotación, comunicado a la pluralidad subyacente por un segundo principio unitario —también subyacente— que opera como generador de la diversidad patente y que es llamado por Anaxágoras noûs (=discernimiento). El noûs, o unidad que «en realidad» hay, no es mezcla de nada y aunque, de algún modo, actúa sobre los spérmata o ingredientes primordiales no se mezcla con ellos, permaneciendo siempre como lo subyacente puramente activo y diferenciador que mantiene en continuo movimiento de transformación la pura pasividad que es el conglomerado o masa subyacente: «Lo que es patente es manifestación de lo que es subyacente» (B 21a).
Alberto del Río Núñez © 2005
Heráclito (entre el siglo VI y el V a.0)
Nacido en Efeso, ciudad griega de la Jonia o costa occidental de la península de Anatolia. Desde antiguo se le aplica el sobrenombre de «el Oscuro» por la dificultad de interpretar sus lapidarias sentencias, expuestas cual mensajes dictados por algún dios y en su mismo estilo: «El señor del oráculo que está en Delfos ni dice ni oculta, se limita a señalar» (B 93).
Escribió un texto en prosa jónica del que se conservan unos 130 fragmentos, ordenados de diversa manera según los distintos recopiladores. Si bien el tono de tales fragmentos es el de una personalidad fuertemente marcada y segura de sí que va desarrollando desde diversas perspectivas un único pensamiento tan unitario como cabal, el problema para cualquier posible intérprete de Heráclito es precisamente el de recomponer esa originaria unidad de pensamiento a partir de la fragmentación y desconexión de los textos heracliteos tal como nos han sido transmitidos. Tarea ésta seguramente imposible, pues para llevarla a cabo se requeriría tener las mismísimas entendederas del autor de los fragmentos, lo cual no parece estar al alcance de ningún otro mortal distinto del propio Heráclito. Aunque lo cierto es que esta misma objeción sobre la validez de las interpretaciones al uso podría aplicarse a todos y cada uno de los pensadores griegos anteriores a Platón; de cuyo pensamiento bien puede decirse, no ya que se pierde en la «noche de los tiempos», sino con mayor exactitud que suele quedar eclipsado como pensamiento de verdad en la más oscura tiniebla que es la mediocridad intelectual del expositor del caso, donde todo pensamiento de la Antigüedad suele ser cegatamente visto como un balbuceo incomprensible de alguna verdad irrefutable establecida por la incuestionable ciencia de la Modernidad.
A tenor de lo dicho, el paso siguiente en una presentación rigurosa de Heráclito, así como del resto de pensadores presocráticos de quienes se conserva un número de fragmentos relativamente considerable, debería ser empezar por dar una exposición pormenorizada y filológica (o sea, fiel a la voz del lógos griego) de las palabras clave incluidas en esos fragmentos, tales como lógos, phýsis, kósmos, alétheia, dóxa... Sin embargo, por no hacer de esta breve evocación de los orígenes de «nuestro pensamiento» el cuento de nunca acabar y por las muchas limitaciones intelectuales de quien suscribe, se ha optado por dejar que sea el propio contexto de los fragmentos citados el que señale hacia el sentido de tan escurridizas palabras. Un sentido que sólo puede ser comprendido desde el aquí y ahora asumiendo la diferencia entre lo griego y lo moderno precisamente como diferencia, o confrontación donde cada parte se afirma en su lógos o decirse propio a través de su diálogo con la otra parte; no como una escisión «superable» en una fatídica progresión hacia una «unidad conciliadora», ni como una desavenencia «anulable» mediante una voluntarista regresión hasta el «olvidado y perdido origen». Además, es claro que esa manía tan típica del «espíritu alemán» de ponerse a «superar» o «anular» las diferencias, en aras de la realización de un «destino universal» o de una «tarea trascendental», sólo puede desembocar en la uniformidad y el totalitarismo característicos de esas dos formas extremas de barbarie tecnificada que son la dictadura del «partido del proletariado» o la del «partido de la nación»; hechas posible, sarcásticamente, por los mismos que pretendieron ser «los griegos de la Edad Moderna». Aunque a la vista del hecho de que el «gobierno ideal» de las sociedades industriales modernas es la tecnocracia parlamentaria o «democracia a lo anglosajón», cabe sospechar si al fin y al cabo la Modernidad no es sino la realización de la barbarie tecnocrática disfrazada de «amor a la Razón», tal como la Edad Media fue la realización de la barbarie teocrática bajo la máscara del «amor a Dios».
La palabra «barbarie» se usa aquí en su sentido etimológico de «lo propio del bárbaro o extranjero» para designar un modo de ser ―uno de cuyos primeros momentos es personificado y dramatizado por el Extranjero del Sofista― caracterizado por su extrañamiento o desarraigo respecto de su ser originario y auténtico; no como designación de un estado salvaje definido como tal por su contraste con otro presuntamente civilizado, que en el caso presente sería el modo de ser griego o el romano. Cualquiera que se haya tomado la molestia de leer a un Tucídides o a un Suetonio sabrá que los «políticos» griegos y los «urbanizados» romanos podían alcanzar cotas de salvajismo inasumibles por cualesquiera tribu de las habitualmente llamadas «salvajes». Aunque es asimismo obvio que hacer el salvaje con espadas y lanzas o con la tecnología militar moderna no son dos modos de hacer lo mismo, sino que lo segundo viene a ser el salto demencial desde la brutalidad instintiva hasta la brutalidad conscientemente planificada, esto es: el extrañamiento absoluto de ese imperativo reconocido en nuestros orígenes de obrar conforme al lógos o decir-se con fundamento, no según el dictado de tal o cual cosa puesta como sujeto de un decir verdaderamente verdadero, llámese el «decir ideal» o la «revelación cristiana» o el «conocimiento científico»: «Escuchando no a mí, sino al lógos, tiene lugar acuerdo y, por tanto, saber que a una es todo» (Heráclito, B 50). En definitiva, la barbarie viene a ser el correlato práctico de ese particular tipo de discurso teórico, pretendidamente «suprahistórico», conocido como «metafísica» o sistema de enunciados más o menos inteligibles sobre cierta cosa (la cosa «ideal», la cosa «dios», la cosa «yo» en sus diversas modalidades: «yo conozco», «yo decido», «yo compro y vendo»...) puesta «más allá» de las otras cosas a manera de su causa. Dicho al estilo de Heráclito: la metafísica es la tiranía de la teoría sobre el lógos, como la barbarie lo es del artificio y el disparate sobre la phýsis o kósmos. Es de notar también que al ser la metafísica, en cuanto fijación de una cierta nada como lo supremo, un nihilismo enmascarado, lo que en sí misma conlleva es el desencubrimiento de su propia inanidad y el subsiguiente imperio de la nada pura y dura; pues, como bien dijo Píndaro, el tiempo es justo eso cuyo paso va poniendo al descubierto la verdad de todo, incluso de lo más trascendentalmente disfrazado. De ahí que el remate de nuestra barbarie no pueda ser ni el «regreso a la autenticidad» ni tampoco el «progreso hacia la racionalidad» —tal como aún vaticinan algunos remediadores de la cacareada «pérdida de valores de la civilización occidental»—, sino precisamente eso que tenemos delante de nuestras narices, a saber: la generalización a escala planetaria del llamado «pensamiento único», o pensar en nada... salvo en el provecho propio, y la de su correspondiente «conducta única» que es el pancismo, o sumisión aborregada al mandamás de turno. Además, ¿cómo leches pueden seguir parloteando sobre la «pérdida de valores» de una «civilización» cuyos únicos valores siguen cotizándose en las Bolsas con inalterable pujanza? El descenso de las reservas de petróleo por debajo de sus niveles críticos... eso sí que señalará el comienzo de la auténtica pérdida de valores de nuestro modo de malvivir basado en el bien trapichear, no los aspavientos retóricos de los augures del espíritu. Suponiendo, claro está, que la acumulación en los mercados laborales de hordas crecientes de bárbaros educados —para someterse sin rechistar al mecanismo de generar plusvalía en beneficio de unos cuantos mangantes— no les lleve a reconocer su condición común de parias sin valores y a hacer suyo el único quehacer «de valor» —luego, tan incómodo como peligroso— que aún queda: empujar a patadas la esfera de dominio de los mercachifles a fin de que caiga más deprisa. Dicho de otro modo: la sublevación de los «proletarios» de Marx o de los «últimos hombres» de Nietzsche no es ni forzosa ni inevitable, pero seguirá siendo en todo momento la única opción de valía y el único origen de nuevos valores para las pocas o interminables generaciones de hombres sin valores que se sucedan a partir de la pérdida de todo valor metafísico.
Volviendo a nuestro tema, si el lector tardomoderno al toparse, por ejemplo, con las palabras griegas alétheia y lógos las remite automáticamente a eso que nosotros llamamos «verdad» y «razón», es obvio que acabará o no entendiendo nada o contándose otra historieta de las suyas, tal como le ocurre al Extranjero en el pasaje del Sofista reproducido en la portada; pues lo que nosotros llamamos «verdad» o «razón» viene a ser ese artificio teórico indiscutible o esa sinrazón glorificada que nos permite escaquearnos del ser de verdad y con fundamento, es decir: de eso mismo que designan de suyo las palabras griegas alétheia y lógos. Con lo dicho no se pretende remachar el tópico de que los modernos seamos menos espabilados intelectualmente ni más depravados moralmente que nuestros antepasados, lo único que se pretende es dar a entender que la autenticidad y originalidad es siempre patrimonio exclusivo de la espontaneidad de los orígenes; incluido ese origen nuestro más próximo que son las egocéntricas reflexiones de Descartes, expuestas, por cierto, en el mismo tono de apabullante veracidad que se detecta en los textos de los primeros pensadores griegos. En consecuencia, parece tan claro como distinto que, para quienes nos creemos «estar ya de vuelta de todo», la única manera de hacernos presente cualesquiera origen sólo puede ser la de volver nuestra atención hacia eso que a cada paso ya hemos dejado bien abajo de nuestros mejor o peor asentados troncos, pero que sigue constituyendo la raíz originaria y genuina del brotar que es nuestra existencia; eso por lo que griegos y modernos, cada cual a su manera, existimos como hombres y no como santas plantas o desvergonzados animales; eso «uno y lo mismo» que se desvela en el asumir que unos y otros somos a una por cuanto nos sabemos sujetos a la primaria, incuestionable e insuperable evidencia que es la muerte. O dicho en nuestra jerga mercantilista: por sabernos copartícipes, con intereses tan propios como diferenciados, en esa empresa primordial o proyecto capital donde la muerte es nuestra patrona común y el ir muriendo nuestro negocio común.
«Muerte es cuanto vemos despiertos; cuanto vemos durmiendo, ensueño» (B 21)
«Uno, sobre cualquier cosa, eligen los mejores: el fulgor inextinguible de lo mortal; la multitud, en cambio, está atiborrada, tal que ganado» (B 29)
En fin, como uno reconoce de entrada la mucha parquedad de su propio intelecto tardomoderno, se limitará a glosar muy de pasada unos pocos fragmentos de Heráclito, más que nada para transmitir un tenue eco de la singular manera de decir de quien definió su quehacer como un bucear en su ser propio, asumido a la vez como un ser a una con lo demás: «Me he buscado a mí mismo» (B 101) «Es preciso seguir lo común; mas siendo el lógos [=el decirse uno donde cada uno se dice] común, la multitud vive como si cada cual discurriese por su cuenta» (B 2). Los dos primeros fragmentos escogidos caracterizan eso que suele llamarse «el acontecer» o «el devenir» como una implacable batalla dirigida a su capricho por un inocente niño, o sea, por algo a lo que jamás podría pedirse que rindiera cuentas de su hacer y deshacer: «El combate [pólemos] es padre de todo, de todo es rey: a unos hace aparecer como dioses, a otros como hombres; a unos hace esclavos, a otros libres» (B 53).
«En cada ocasión [aión] un niño juega a mover sus peones, de un niño es el mando» (B 52).
Los dos fragmentos siguientes presentan eso que suele llamarse «el todo» o «el mundo» cual una autoalumbrante disposición (entendiendo el término «alumbrar» en sus dos sentidos de «brillar/engendrar») sin otro por qué ni para qué salvo su mismísimo ser siempre así: «Como polvo esparcido al azar es el mundo [kósmos]: el más bello» (B 124).
«Este mundo [kósmos], para todo el mismo, ninguno de los dioses ni de los hombres lo hizo, sino que era y es y será fuego siempre avivado, encendiéndose según medida y apagándose según medida» (B 30).
La palabra griega kósmos, cuya traducción habitual es «mundo», abarca el doble sentido de «orden, articulación» y de «lustre, brillo», de modo que su significado íntegro sería el de «lucimiento o manifestación de cada cosa en su sitio». Pues bien, decir de esa manifestación o lucimiento que a cada momento es el mundo que es «el más bello» (=lustroso, brillante), no supone ni conlleva afirmar que todas sus partes sean igualmente bellas, ni tampoco que cada una de ellas sea algo bello. Por un lado, puesto que por sentido común ninguna cosa puede darse fuera del mundo —pues es «para todo el mismo»—, la afirmación de que el mundo es lo más bello resulta ser una sublime perogrullada que no hace sino reconocer la imposibilidad de cualquier elemento de comparación. Por otro lado, tal afirmación es perfectamente compatible con el reconocimiento de que alguna de las partes de «lo más bello» pueda ser un inmundo rincón lleno de mierda, como viene siendo el caso de esa partecilla del mundo que es el «mundo humano»; mierdecilla ésta tan indecente como para sublimar su propia miseria proyectándola sobre «otro mundo» y tan arrogante como para creerse remate de la «creación a partir de la nada» atribuida a cierto personaje impresentable. Aunque, para ser justos, conviene notar que en el mundo histórico de Heráclito todavía quedaba la sensatez y decencia suficientes como para que la mayoría de quienes son tales por saberse mortales tuviese el coraje de asumir el reverso terrible de su existencia, sin recurrir a «promesas de salvación» y sin admitir otra «revelación» salvo la del mundo mismo. Sobra también decir que ni al griego antiguo más tarado podría ocurrírsele tomar como fundamento de su discurrir teórico o práctico el despropósito de que «el lógos se hizo carne» (Juan; 1, 14) —o la versión «científica» de esa misma estupidez: el lógos se hizo materia en el espacio y el tiempo—, antes que nada porque la palabra griega lógos, para cualquiera de sus hablantes originarios, designaba el decir de verdad o manifestación de lo que aparece tal cual aparece, no una capacidad humana usada para enmascarar como «razón soberana» o cimiento inamovible de todo las particulares condiciones de dominio de determinado tipejo histórico, ya sea el sacerdote o el militar o el mercader científico moderno.
Aunque el cristianismo, a semejanza de la zorra de las fábulas, gusta presentarse como la «doctrina del amor» —pese a que toda su historia viene a ser la práctica sistemática del terror a nivel físico y psíquico— lo que en rigor define a sus creyentes es la prepotencia y la chulería de saltarse a la brava los límites del recto discurrir para zambullirse a ciegas en el turbio remolino del «más allá», abrazados al dudoso salvavidas de su fe en el puro disparate. En efecto, ponerse a creer que «el lógos se ha hecho hombre» no es sino darse a creer que el decir de verdad o condición de posibilidad de todo decir verdadero es... el hecho de haber existido cierto fulano; de suerte que cualesquiera dicho verdadero, desde el «2+2=4» hasta el «hoy llueve en Bilbao», es verdadero no por su manifiesta evidencia, sino a partir de la ciega creencia de que el susodicho fulano es hijo del dios que resucita en la «otra vida» a sus hijos elegidos, o sea, del único dios que «en realidad» salva de la muerte. Y así, a partir del cristianismo, la distinción entre lo que «es en apariencia» y lo que «es en realidad» —surgida de un primer alejamiento de ese lógos, uno para todo, que aún resuena en Heráclito— deja de ser algo que se da dentro del mundo para transformarse en oposición entre lo mundano y lo ultramundano, entre las proclamadas accidentales criaturas y su creídamente necesario creador. En suma: una vez puesto el sinsentido como lo supremo, todo es declarado falto de sentido... salvo la creencia de que el sinsentido es principio de todo. Si para los griegos antiguos el hombre a secas, en cuanto mortal que sabe decir, es medida de todas las cosas, en el sentido de que es ese mortal al que le incumbe reconocer el lógos o decirse propio de cada cosa; para el cristianismo es el hombre investido de sa-cerdote y los dichos por él sancionados lo que constituye el lecho de Procusto al que ha de ajustarse, por las buenas o las malas, toda posible cosa, incluida la serie de hechos que conforman la creencia de su rebaño de fieles; cuya muy interesada fe en la burrada de que el lógos se ha hecho carne prometedora de salvación, acaba siendo transmutada por sus aun más interesados pastores en la burrada todavía más disparatada de que el lógos es en realidad el discurso infalible de su sumo sacerdote. Adviértase que esta dinámica de amalgamar el culto al fundador con el culto a su representante máximo no es privativa del cristianismo, sino que, por ser inherente a toda creencia mesiánica, se manifiesta en el decurso histórico de cualesquiera secta de creyentes en algún «más allá» salvador; tal como lo demuestra la actuación de los movimientos políticos fundados en la creencia de que lo que verdaderamente salva y libera es la ciencia moderna, o lógos hecho cálculo al servicio de la interminable (o sostenible, como ahora gustan decir los técnicos en la materia) expoliación del trabajo humano.
Respecto a la afirmación de que el manifestarse del mundo es «fuego» que se enciende y se apaga «según medida», ello no significa que el mundo esté unas veces encendido y otras apagado —pues se ha dicho antes claramente que tal «fuego» es «siempre avivado»—, sino que su encenderse y apagarse acontece siempre dentro de ciertos límites, sean cuales fueren. Es decir: que este ahí —por ejemplo, tal o cual sistema solar; tal o cual sistema vital, del más minúsculo al más mayúsculo— permanece «ardiendo» desde este momento hasta este otro, mientras que ese ahí persiste «ardiendo» desde ese momento hasta ese otro; momentos que, por ser determinaciones de cierto intervalo de lumbre o claridad, sólo pueden ser entendidos como límites entre los que se mantiene cada llamarada o clarear del mismo «fuego», no como unidades de un continuo temporal indefinido. Además, como resulta evidente que ni el mundo en su conjunto ni cada una de sus partes en particular es una fogata o un incendio, en el sentido ordinario de tales términos, hay que concluir que «el fuego» de Heráclito sólo puede ser entendido ateniéndose al sentido que el propio pensador indica, a saber: como designación del ser o mostrarse cual alumbramiento que a cada momento se alumbra a sí mismo, clareando de un lado a otro ese entorno que todo lo abarca y manifestando su eclosión ora aquí ora allí, según la medida que es la capacidad de la cosa del caso de mantenerse prendida en su ser propio.
Finalmente se menciona el que, con harta probabilidad de acierto, viene a ser el dicho de toda la historia del pensar más lúcido y concluyente acerca de nuestra tan enigmática como ineludible condición de mortales: «A los hombres les aguarda, al quedar muertos, lo que no les es dado esperar ni figurarse» (B 27).
Alberto del Río Núñez © 2005
Parménides (entre el siglo VI y el V a.0)
Era de Elea, ciudad griega del sur de Italia. Escribió un poema en versos del mismo tipo que los de Homero y Hesíodo del que se han conservado algunos fragmentos.
El poema expone el decir de cierta diosa (de la cual no se da ninguna otra seña de identidad) a un joven que, tras haberse apartado de la siempre oscurecida «vía pública de los hombres», acaba llegando a la luminosa morada de «la diosa» montado en un carro conducido por «las hijas del sol». El decir de la hospitalaria divinidad está dividido en dos partes claramente señalizadas, a la manera de las dos vías o caminos de una ruta de doble dirección: la primera se ocupa del ser en sí mismo; la segunda trata de lo que es, o sea, de eso cuyo ser consiste en ser tal o cual cosa. Dicho de otro modo: la primera parte del discurso de la diosa de Parménides expone lo que en verdad puede y no puede pensarse del ser o aparecer cuyo darse es previo al darse de cualquier posible cosa, mientras que la segunda parte presenta un determinado parecer acerca de las cosas que ya se dan en cierto ser o aparecer.
En consecuencia, a la vista de los fragmentos que nos han llegado, de Parménides puede decirse que es el primer pensador en cuyo texto se haya perfilada con toda nitidez la distinción entre lo que es ser cosa y lo que, por ser sólo ser, no es ser cosa alguna: «Diré, tú escucha y guarda mis palabras, qué únicos caminos de búsqueda cabe pensar. El uno: que es y que no es no-ser [no-ser = ser lo otro que puro ser], es el camino de la convicción, pues sigue a la verdad; el otro: que no es y que no-ser es preciso; éste te hago saber que es un sendero donde no puede haber convicción alguna, pues no podrás conocer [de verdad] el no-ser —no es, en efecto, cumplible [=no puede conocerse de verdad o con fundamento lo desligado de la verdad o fundamento]— ni podrás darlo a conocer [de verdad]» (B 2).
Alternativa ésta entre verdad (a-létheia = arrancarse al olvido) y parecer (dóxa) que es la cuestión de fondo de cualquier pensamiento merecedor de tal nombre, a la vez que la marca diferenciadora entre el firme pensar con fundamento y el fluctuante figurarse algún relato sobre lo que pasa o deja de pasar en algún ámbito de cosas. Modo de proceder éste último caracterizado por la diosa como: «El que se figuran los mortales que nada saben con fundamento, los de doble cabeza; pues en sus pechos la ausencia de recursos dirige un pensar errante, así que son llevados sordos y ciegos a la vez, estupefactos, tropel sin discernimiento, para quienes el ser y el no ser vale como lo mismo y como no lo mismo, siendo su marcha un dar vueltas sobre sus propios pasos» (B 6).
El pensador, en cambio, ha de percatarse tanto del camino que como pensador va des-cubriendo como del que a cada paso va dejando a un lado: «Es preciso que te percates de todo: tanto del corazón sin temblor de la redonda verdad, como de los pareceres de los mortales, en los que no hay verdadera solidez» (B 1). «Pues lo mismo es pensar y ser» (B 3) [a saber: un a cada paso tomar partido por «la verdad», reconocida como a-létheia o des-ocultación de abajo arriba y de un lado a otro a partir de la siempre latente no-presencia de lo tan impenetrable como terrible]
Respecto a lo que la diosa dice del ser, se reduce a excluir de ello tanto la mera ausencia de ser como todo atributo propio de las cosas que son, en especial cualquier empezar a ser y dejar de ser: «Queda un sólo decir del camino [por el que discurre rectamente el que va pensando y, por tanto, dejando de lado el tortuoso camino del figurarse]: que es. Sobre ese camino hay múltiples señales: que, siendo no nacido, es también no perecedero, pues es de miembros intactos [=inviolable] y sin temblor [=invariable] y bien acabado [=completo]; nunca llegó ni llegará a ser, puesto que es ahora todo a la vez, uno, constante [=sin ser más o ser menos]. Pues ¿qué nacimiento de él buscarás?, ¿cómo y de qué ha crecido? No te permitiré decir ni pensar que de no-ser [=de ser lo otro que puro ser], pues ni decir se puede ni pensar que no es; y ¿que necesidad antes o después lo habría empujado, partiendo de la nada [=del puro no ser], a ser? Así, es preciso que o sea de modo pleno o no sea de ningún modo. Nunca la fortaleza de la convicción dejará que de no ser [=de lo que de alguna manera no es, bien sea lo que ora es y ora no es o lo que no es en absoluto] llegue a ser algo aparte de eso mismo; por ello ni que nazca ni que perezca deja la Justicia, soltando sus lazos, sino que lo retiene» (B 8).
En la parte del poema referida a lo que es se expone el orden de las cosas, figurándoselo a partir de la oposición de la pareja de contrarios «fuego» (a veces llamado «luz») y «noche»; o dicho en términos más generales, a partir de la contraposición entre lo que es patente y lo que es subyacente: «Aquí pongo término a mi seguro discurrir y pensar acerca de la verdad; a partir de aquí aprende los pareceres de que se nutren los mortales, oyendo el orden engañoso de mis palabras [engañoso no por ser falso, sino por ser un orden de dichos sin mención de su principio de ordenación]. Pues han convenido en nombrar dos formas, de las cuales una no es preciso [=no debe ser afirmada], por lo cual andan errantes. Han distinguido así partes contrarias y han puesto las señales unas fuera de otras: aquí el fuego etéreo de la llama, que es favorable, ligero, lo mismo consigo mismo en toda ocasión y no lo mismo que lo otro; y enfrente han puesto también aquello otro en sí mismo: la noche sin conocimiento, cuerpo denso y compacto. Toda la disposición aparente yo te muestro, para que nunca una sentencia de los mortales te deje atrás» (B 8).
En cuanto a lo que aún siguen contando muchos filosofantes al perorar sobre Parménides —a saber: que este pensador habría negado la pluralidad y el movimiento, cerrando así el paso al desarrollo de la ciencia física y limitando el conocimiento humano al perogrullesco decir que lo que es es y lo que no es no es—, se trata de una historieta tan tonta y simplona que el mero ponerse a discutirla casi le descalifica a uno como bicho ocasionalmente pensante, pues «la lengua debería estar atada siempre al seso». Un dicho éste de la sapientísima Celestina que sintetiza a la perfección el sentido último de todo el poema de Parménides.
Alberto del Río Núñez © 2005
Zenón (aprox. 490-430 a.0)
Era de Elea, al igual que Parménides, motivo por el cual tradicionalmente viene considerándosele discípulo suyo, aunque lo que se sabe de él no autoriza a establecer otra relación con Parménides salvo la de ser paisanos.
En efecto, por lo que puede colegirse de los planteamientos argumentativos de Zenón, la cuestión que está en la base de su discurrir no sería ya la alternativa fundamental entre verdad/parecer o ser/no-ser, sino más bien esa otra oposición marcada por Parménides en el ámbito del parecer o no-ser entre lo que es patente y lo que es subyacente; de suerte que el sentido general de los argumentos de Zenón vendría a ser el de mostrar el «orden engañoso» propio del mero parecer. Esto parece indicar un perder de vista la andadura de doble sentido señalizada por Parménides para limitarse a transitar por la vía del ponerse a discutir lo que las cosas son o no son, sin atender a eso uno y lo mismo cuya abertura primaria hace posible que alguna cosa en general sea. Y así, en los argumentos de Zenón se observa una tendencia a mostrar la fragmentación de lo que es patente para dejar ver su falta de consistencia, pero sin preocuparse por indagar a qué obedece esa ausencia de articulación que es constatada. De hecho todos los pensadores griegos posteriores a Heráclito y Parménides parten de esa vivencia de la dispersión de lo que es patente para acabar o bien negando toda cohesión o bien remitiéndola a lo que es subyacente; proceso éste que culmina en Platón, donde comienza a despuntar una remisión del sentido del ser no ya desde lo patente a lo subyacente (o dicho en sus términos, desde lo sensible a lo inteligible), sino enfilado hacia el puro desarraigo de lo puesto más allá de cualquier posible presente. Pero, en fin, eso es anticipar otra historia distinta de la griega.
Lo que sí conviene tener claro en este momento crítico de la historia griega —cuya caracterización más precisa tal vez sea la de una pérdida de contacto con lo terrible y a la par sublime que es condición previa de toda existencia vívidamente entusiasta, entendido esto último en su sentido etimológico de en-theos o ser llevado por algo en verdad divino— es que hasta Heráclito y Parménides el fundamento o principio no es entendido como lo que es subyacente, sino como el fondo de suyo insondable del que brota esa abertura o «mostrarse como» o «de-limitación» donde adquiere su límite o parte todo cuanto es, bien sea lo que es patente o lo que es subyacente. A partir de Zenón —en el plano del pensamiento, en el de la política el corte del que hablamos se dará entre un Pericles y un Alcibíades; en el de la poesía, entre un Sófocles y un Eurípides—, el punto de partida será la ausencia de fundamento o principio y la consiguiente búsqueda entre lo que ya es de la cosa o conjunto de cosas que pueda valer como soporte inalterable de la desarticulación inmediatamente experimentada. Una búsqueda cuyo primer paso obligado es el dado por Zenón en sus argumentos, a saber: hacer notar la diferencia entre lo que «es en realidad» o tiene «más ser» (=lo permanente) y lo que «es en apariencia» o tiene «menos ser» (=lo cambiante).
Algunos de los argumentos de Zenón de Elea, orientados a dejar ver la inconsistencia de la comprensión ordinaria y corriente de la noción «pluralidad» y de la noción «desplazamiento», aparecen mencionados por Aristóteles en su Física. El más famoso es el de Aquiles y la tortuga, cuyo desarrollo viene a ser el siguiente: Aquiles parte con velocidad constante en persecución de una tortuga que se desplaza a su paso propio con velocidad asimismo constante. Si nos da por suponer que la velocidad de Aquiles es 1000 veces mayor que la de la tortuga y que la distancia que separa en un principio a Aquiles de la tortuga es de 1000 metros, ocurrirá que cuando Aquiles recorra la distancia que inicialmente le separaba de la tortuga, ésta habrá avanzado un metro más, de modo que Aquiles deberá recorrer esa nueva distancia para alcanzar a la tortuga; pero mientras el de los pies ligeros recorre esa distancia, la tortuga habrá ido avanzando un milímetro más, y así sucesivamente. Luego, si se supone que una distancia es una yuxtaposición de ilimitados trechos copresentes, resulta que Aquiles deberá recorrer una serie de infinitas distancias para alcanzar a la tortuga, lo que equivale a decir que no la alcanzará jamás, porque una serie infinita no acaba nunca. Adviértase que en el siglo V a.0 no había aún profesores o manuales de filosofía y que ni al dialéctico griego más bobo —y Zenón pasa por ser el inventor de «la dialéctica», entendida como discurrir peleón o argumentación crítica sobre la consistencia e inconsistencia de alguna tesis dada— se le ocurriría ponerse a demostrar que «el desplazamiento no acontece», que «todo está quieto» o que «las tortugas no pueden ser alcanzadas por un corredor de élite». Así que es de suponer que el propósito inmediato de los argumentos de Zenón —al margen de que él mismo fuera consciente de su sentido profundo como expresión de la dicotomía entre lo que «es en realidad» y lo que «es en apariencia»— fuera el de darse el gusto de poner patas arriba aquello que a sus coetáneos podía parecerles más incuestionable y al margen de cualquier crítica, en resumidas cuentas: el de entregarse, a su paradójico modo, al vicio de pensar.
Alberto del Río Núñez © 2005
Empédocles (aprox. 480-430 a.0)
Nació en la ciudad siciliana y helenizada de Acragante, más conocida por su nombre romano de Agrigento. Se han conservado bastantes fragmentos de dos de sus poemas, titulados «Sobre la Naturaleza» y «Purificaciones», de los que ya Aristóteles decía que tenían más de obras poéticas —en su opinión, propias de alguien que escribía en verso por no tener nada que decir— que de textos de pensamiento. Aunque bueno será advertir que en la Grecia del siglo V a.0 aún no se daba —o mejor, estaba empezando a darse— la distinción entre textos poéticos y textos de otros géneros literarios, como puedan serlo los de pensamiento o los de religiosidad; hasta el punto de que puede afirmarse que hay más pensamiento en los textos ahora calificados como «poéticos» de Píndaro, de Esquilo o de Sófocles, que en todos los escritos y noticias conservados de los ahora llamados «pensadores presocráticos». En cualquier caso, lo cierto es que los dos poemas de Empédocles están expuestos y organizados como sendos relatos sobre el acontecer de las cosas en general.
Según Empédocles, el todo es algo en perpetuo movimiento que ora pasa de ser uno a ser múltiple por obra de «la discordia» (neîkos), para pasar, luego de agotada toda posible diversidad, de ser múltiple a ser uno por el influjo de «la amistad» (philía). Durante el curso de este incesante movimiento de ida y vuelta —regido, como se acaba de decir, por la discordia y la amistad, o sea, por las dos fuerzas primordiales que tienden a separar y a unir—, van naciendo y pereciendo sucesivos mundos o troncos de cosas a partir de la asociación y disociación de cuatro «raíces» (rizómata) o partes subyacentes, las cuales son designadas por Empédocles con el nombre de un cuerpo o de un dios, a saber: fuego (Zeus), aire (Hera), tierra (Edoneo, nombre alternativo de Hades) y agua (Nestis, divinidad fluvial siciliana).
Cualquier aficionado a la física de ficción advertirá que el relato de Empédocles tiene bastantes puntos en común con las figuraciones ultramodernas sobre la historia del mundo. Similitud que salta a la vista si en el esbozo dado se reemplaza «discordia» por «Big Bang» o «Gran Expansión», «amistad» por «Big Crunch» o «Gran Compresión», y las cuatro «raíces» elementales de Empédocles por los cuatro elementos químicos que se suponen básicos: helio, hidrógeno, carbono y oxígeno. Sobra decir que con esto no se pretende incluir al bueno de Empédocles entre los precursores de la física más modernista, simplemente se trata de apuntar que, como demasiado bien saben los novelistas, puestos a contar historias no hay ninguna que no haya sido ya contada.
La leyenda —en este caso bastante inverosímil, nacida probablemente de la animadversión hacia los ejercicios intelectuales que surge en las ciudades griegas con la aparición de los sofistas— presenta a Empédocles como una combinación caricaturesca de mago y de profeta que acabó arrojándose vivo al volcán Etna, con la fatua intención de hacer creer a sus conciudadanos en una desaparición sobrenatural de su presuntamente divina persona; en suma: como un Jesucristo avant la lettre. También se cuenta que el ecuánime volcán expulsó al poco tiempo una de sus sandalias, descubriendo así la patraña del supuesto milagro. Conclusión ésta que, una vez más, muestra que en el combate por el ser que rige el mundo de los griegos antiguos lo natural acaba siempre imponiéndose sobre cualquier desmandada «sobrenaturalidad»; o sea, justo lo contrario de lo que pasará en la cristiana Edad Media y luego en nuestra científica Edad Moderna, donde el dios que es «el dios» y, tras él, «el discurso» que es el discurso matemático impondrán sucesivamente su desmadrada tiranía a todas y cada una de las cosas de este mundo. Un mundo cuyo pasar será visto, por la mera asunción de tales principios del ser, no ya como un combatir de palabra o de obra por reafirmar el tipo propio, sino ora como procesión de criaturas pecadoras a través de un «valle de lágrimas» ora como desfile de uniformados unos a través de un «desierto infinito».
Alberto del Río Núñez © 2005
Pitágoras (aprox. 570-495 a.0)
Nació en la isla de Samos, situada frente a la costa de Jonia, desde donde emigró cuando tenía unos cuarenta años al sur de Italia. Allí fundó varias comunidades de discípulos con un modo de vida peculiar basado en la adquisición de cierto saber (cuya divulgación a los no iniciados estaba estrictamente prohibida) y en la realización de prácticas purificatorias tendentes a liberar el alma del cuerpo. No nos ha llegado ningún texto que pueda ser atribuido inequívocamente al propio Pitágoras. Lo cierto es que Pitágoras pronto pasó a ser una figura divinizada que era objeto de adoración por parte de sus seguidores, hasta el punto de que cualquier tesis adoptada por la comunidad en su conjunto era atribuida indefectiblemente al fundador, acompañada de la fórmula: «Él lo ha dicho».
Lo primero que salta a la vista en las referencias al pitagorismo hechas en textos antiguos es el aparecer presentado como una amalgama de lo que nosotros llamaríamos tesis metafísicas, matemáticas, religiosas, éticas e incluso políticas, pues los pitagóricos ejercieron bastante influencia política en muchas ciudades griegas del sur de Italia. De este batiburrillo ideológico suele entresacarse como específicamente pitagórico lo referido al alma y a los números.
Respecto a lo primero se menciona como algo propio de los pitagóricos lo siguiente: que el alma es del linaje de los dioses y, por tanto, que es inmortal y su morada propia es el cielo; que su existencia aquí abajo es consecuencia de una caída desde su lugar originario, al que sólo podrá retornar tras purgarse de toda la impureza que haya adquirido por su contacto con la indecente tierra; que tal purificación (kátharsis) se realiza gradualmente pasando el alma del caso de un cuerpo viviente a otro, a partir de lo que ella misma vaya decidiendo desde la «prisión» o «sepulcro» que es cada cuerpo, decisión que a su vez dependerá del grado de pureza que haya logrado alcanzar; finalmente que, puesto que el número de almas (sean divinas o impuras) permanece constante, las combinaciones de hechos que pueden originar habrán de ser finitas, de manera que, transcurrido el tiempo correspondiente a tal suceder finito, cada suceso ha de volver a ocurrir de nuevo. Ahora bien, el caso es que todo lo dicho puede atribuirse también al movimiento religioso de tipo mistérico más importante de la época, el llamado «orfismo», así que no está nada claro dónde pueda quedar la línea divisoria entre los pitagóricos y los órficos. A no ser que se adopte como marca distintiva de los pitagóricos la interminable retahíla de obligaciones y prohibiciones a que estaban sometidos, desde la comprensible de no poder matar animales ni comer su carne (dado que todo animal por ser viviente tiene un alma y, por tanto, es un «hermano» aún no liberado de su miseria corpórea) hasta la más enigmática de no poder comer habas y sí, en cambio, otros vegetales... pese al hecho obvio de que siendo las plantas asimismo seres vivos también habrían de ser consideradas «hermanas».
Más genuinamente pitagórico parece ser su doctrina de los números, aunque el problema aquí reside en dilucidar de qué va exactamente la tal doctrina, dado el secretismo con el que era mantenida. En cualquier caso no resulta aventurado suponer que para los pitagóricos lo que de antemano rige todo, la arkhé, es el número; de suerte que cualquier cosa puede explicarse mediante números y relaciones entre números. Ni que decir tiene que el número de los pitagóricos es lo que ahora se llamaría «número natural», o sea, no el número como determinación de tal magnitud o continuo infinito dentro del cual los números naturales (el «uno, dos tres, cuatro....») son sólo un subconjunto, sino el número como delimitación de algo concretadamente diferenciado y no susceptible de ser dividido o expandido según criterios meramente cuantitativos. También se atribuye a los pitagóricos haber considerado la sucesión de los números como la alternancia de lo impar y lo par, entendiendo lo uno como limitado y lo otro como ilimitado, siendo la unidad no emparejada de lo impar lo que constituye su límite. Según los pitagóricos toda cosa, por ser una cosa, es uno; luego el uno, principio y unidad tanto de lo impar como de lo par, es la determinación primera a partir de la cual se forma la serie primaria «uno + dos + tres + cuatro», cuya totalidad, diez o decena, constituye la llamada tetraktýs o disposición perfecta, por ser la base del subsiguiente orden numérico, la cual era reverenciada por los pitagóricos como poseedora de propiedades portentosas. En términos geométricos, el diez o número perfecto viene dado por la serie constructiva: punto (=una posición) ® línea (=dos puntos, una distancia) ® triángulo (=tres puntos, un plano) ® tetraedro (=cuatro puntos, un sólido). Tal como se observa, en ambas sucesiones primordiales (la aritmética y la geométrica) el uno es principio en el doble sentido de que rige el proceso de lado a lado a la vez que lo va originando en cada uno de sus momentos, ya que ambos procesos consisten en ir añadiendo un mismo uno para formar algún otro uno. Posteriormente Platón, muy aficionado a los números y también muy influenciado por lo pitagórico en general, dirá que la mismidad y la alteridad son los dos aspectos constitutivos y mutuamente determinantes del ser de cada uno que es, no sólo de los unos aritméticos y geométricos.
De Pitágoras también se cuenta que fue el primero en aplicarse el nombre de «filósofo», palabra ésta que etimológicamente significa «amigo del saber ser»; aunque de ser cierto lo que dice el cotilla Diógenes Laercio, Pitágoras la habría entendido en su sentido típicamente platónico de «amigo del saber teorizar»: «Dice que la vida se parece a unos juegos atléticos, donde unos acuden a competir, otros a comerciar, pero los mejores vienen como espectadores. De igual modo, en la vida los hombres serviles andan a la caza de la gloria o la ganancia, mientras que los filósofos se afanan sólo por la [contemplación de la] verdad» (Diógenes Laercio, VIII, 8). Al hilo de esta glorificación de la teoría y a manera de curiosidad se apunta que las directrices esenciales de la llamada «dialéctica hegeliana», o discurrir teorético por la vía del Progreso, están ya prefiguradas en el esquema dado al hablar de la doctrina del alma de los pitagóricos (o de los órficos o de los platónicos). En efecto, si se relee el mencionado esquema hasta lo relativo a la finitud de las almas y se sustituye «alma» por «Espíritu», «dioses» por «dios que es Dios», «cielo» por «reunificación conciliadora de lo infinito y lo finito», «caída» por «alienación», «tierra» por «terreno de lo finito», «purificación» por «tomar consciencia o ser para sí lo que se es en sí», «cuerpo» por «figura de la consciencia»... se acaba obteniendo un compendio bastante clarificador de las marrulleras y desmadradas elucubraciones de ese seminarista cristiano con mala conciencia travestido de paladín de «la libertad» que fue Hegel. También resulta obvio que la última parte del susodicho esquema viene a ser un primer esbozo de la dialéctica del «eterno retorno» o discurrir teorético por la noria de la Fatalidad, una y a cada vuelta la misma.
Alberto del Río Núñez © 2005
Leucipo (s.V a. C.) (450 a. C. - 370 a. C.)
Nacido en Abdera, Melos, Mileto, Elea o en Clazomene (se desconoce con certeza). De su vida se sabe muy poco; Epicuro consideró la posibilidad de que Leucipo no hubiera existido, lo cual dio lugar a numerosos debates. Lo que se sabe de su pensamiento se encuentra en fragmentos de obras de otros autores como Aristóteles, Simplicio o Sexto Empírico. Se dice que Demócrito inventó a Leucipo como su maestro para ganar prestigio y para que respaldasen su teoría, ya que se suponía que Leucipo era un gran físico.
Fue maestro de Demócrito de Abdera y a ellos dos se les atribuye la fundación del atomismo mecanicista, según el cual la realidad está formada tanto por partículas infinitas, indivisibles, de formas variadas y siempre en movimiento, los átomos (τομοι, s. lo que no puede ser dividido), como por el vacío. Así, tal vez en respuesta a Parménides, afirma que existe tanto el ser como el no-ser: el primero está representado por los átomos y el segundo por el vacío, «que existe no menos que el ser» (Simpl., Fís. 28, 4), siendo imprescindible para que exista movimiento. Particularmente, postula, al igual que Demócrito, que el alma está formada por átomos más esféricos que los componentes de las demás cosas. Niega la génesis y la corrupción, formas de cambio que eran aceptadas casi por la unanimidad entre los filósofos presocráticos.
Leucipo fue el primero que pensó en dividir la materia hasta obtener una partícula tan pequeña que no pudiera dividirse más.
Leucipo de Elea o de Mileto (pues ambas atribuciones existen), asociado a la filosofía de Parménides, no siguió su mismo camino ni el de Jenófanes, sino, a lo que parece, más bien el contrario. Pues, mientras que aquellos consideraban al todo, uno, inmóvil, increado y limitado y ni siquiera permitieron la búsqueda de lo que no es, éste postuló innumerables elementos en perpetuo movimiento -los átomos- y sostuvo que el número de sus formas era ilimitado, basándose en que no había razón para que un átomo tuviera una forma en lugar de otra; observó también que la llegada al ser y el cambio eran incesantes en los seres. Sostuvo, además, que el no ente existe igual que el ente y que ambos, por igual, son la causa de las cosas que llegan al ser. Supuso que la naturaleza de los átomos era compacta y llena, que existía lo ente y que se movía en el vacío, al que denominaba no ente y del que afirma que existe no manos que el ser. De la misma manera, su compañero Demócrito de Abdera estableció como principios a lo pleno y lo vacío... (Simplicio, Fís. 28,4)
Demócrito (aprox. 460-370 a.0)
Era de Abdera, colonia griega de la región de Tracia. Fue discípulo de un tal Leucipo, del que nada se sabe, por lo cual suele ser costumbre tratar a ambos como a un único y mismo autor. Sobre Demócrito hay noticias de que escribió muchos textos y sobre temas muy variados, aunque de su copiosa producción escrita sólo han llegado hasta nosotros unos trescientos fragmentos, todos ellos bastante breves.
Según Leucipo-Demócrito las cosas con las que de ordinario tratamos están compuestas en su fondo subyacente a partir de la combinación de indivisibles o átomos (átoma). Estos indivisibles son unidades diferenciadas en el sentido de que cada uno tiene un tamaño y una figura determinados: unos son más grandes y otros más pequeños, dentro de su común tamaño diminuto e imperceptible a simple vista; unos son redondos, otros angulosos y, en general, de innumerables formas; aunque todos ellos carecen por principio de atributos propiamente cualitativos, tales como color, sonido, textura, olor o sabor. Todas estas cualificaciones de las cosas lo son por convención (nómos) o parecer, no forman parte de la naturaleza (phýsis) o verdad de las cosas, «pues la verdad subyace en lo profundo» (B 117). En consecuencia, habrá también dos modos de percepción en el ser humano: digamos, la percepción verdadera, referida a lo subyacente de las cosas (o sea, a los átomos en sí mismos), y la percepción aparente (ver, oír, tocar, oler, gustar), que sería la referida a los caracteres patentes de las cosas.
Lo otro que «es en realidad», además de los átomos o lo lleno, es lo vacío; pues si no hubiese vacío los átomos estarían permanentemente trabados unos con otros, formando así una especie de conglomerado compacto en el que no habría movimiento alguno ni, por tanto, ningún cambio perceptible. Aunque los átomos se mueven, su único movimiento es el cambio de lugar o desplazamiento en el vacío, dado que los átomos no nacen ni perecen y tampoco devienen algo esencialmente distinto de lo que cada uno ya es. Esto supone que cualesquiera cambio «es realmente» un cierto desplazamiento de ciertos átomos por la extensión indefinida que es el vacío, y también que el número de átomos, aun siendo indeterminable, permanece constante en todo momento. El desplazamiento de los átomos tiene lugar a partir de un «torbellino» (diné) originado de modo espontáneo, en cuyo movimiento incesante van disponiéndose de modo necesario las diversas configuraciones globales de átomos, dando lugar así a diferentes mundos más o menos solapados.
Habitualmente suele calificarse a Demócrito como el «primer materialista», o al menos el primero en serlo de manera más coherente, pasando por alto el hecho de que la teoría atomista de Demócrito, tal como nos ha sido transmitida, tiene tan poco de materialista o corpórea como la moderna teoría atómica. En efecto, en uno y otro caso se afirma como realidad primaria algo tan puramente ideal y abstracto como puedan serlo los unos del contar aritmético o los puntos del espacio geométrico; pues carece de sentido afirmar que algo es corpóreo y a la vez negar a ese algo atributos inherentes a todo cuerpo, como son las llamadas «cualidades sensibles». Parafraseando a Leibniz, que algo debía saber sobre el asunto: lo corpóreo o sensible es independiente de la percepción sensorial, pero no de la posibilidad de ser percibido sensorialmente. O dicho de modo más «acientífico»: un cuerpo o corpúsculo (entiéndase: un sólido concreto, no un objeto meramente ideado) concebido por principio como algo sin color, sonido, olor, etc., es tan contradictorio e imposible como un concurso de belleza entre puros cuerpos geométricos, o bien como un científico moderno que sepa en verdad lo que se trae entre manos cuando trajina en su laboratorio... mejor dicho, en el laboratorio de la masa de capital para cuyo acrecentamiento investiga. Porque la verdad sigue siendo —y tal reconocimiento constituye la conciencia más honda de nuestra identidad histórica, frente a la cual el «yo pienso» es algo tan superficial como lo es la encajonada y cosificada existencia a que conduce—, o mejor dicho la verdad misma sigue reafirmándose para el querer más esencial como alétheia o desencubrimiento del ser, no como mero cálculo de lo que es; así que ni las verdades científicas pueden ser las verdades primeras ni el proceder científico lo incondicionalmente válido; pues en el fondo de sí mismo cada uno se sabe algo más que un simple uno autoafirmándose cual cognoscente frente a otros unos, como también sabe que es en verdad no cuando conoce de verdad, sino cuando quiere de verdad.

Cada vida convergiendo va hacia algún centro,
dicho o quedo;
en cada naturaleza humana se perfila
cierta meta.
Nunca voceada y casi apenas confesada,
quizá muy bella
para que las sospechas de la credibilidad
la desbaraten.
Adorada con pudor, cual frágil paraíso,
tan imposible
de conquistar como una cintilla del arco iris
lograr rozar.
Aunque acosada y afianzada en su lejanía,
¡cuán elevado
sobre la pausada diligencia de los santos
reposa el cielo!
Por la corta suerte de una vida inalcanzada,
quizá, mas luego
la eternidad a esa misma voluntad la deja...
correr de nuevo.
(Emily Dickinson, 680)

A fin de mostrar que la práctica de la ciencia no ha sido siempre incompatible con el ejercicio del sentido común o sensatez (ni menos aún con el tener la mínima vergüenza de anteponer lo humanamente debido a lo profesionalmente mandado), pero sobre todo para dejar constancia de la continuidad del último presocrático con su coetáneo Sócrates y con Platón, se citan seguidamente algunos de los fragmentos atribuidos a Demócrito. Conviene tener en cuenta asimismo que, salvo tres o cuatro, el tema constante de tales fragmentos es de índole moral y que las reconstrucciones que se hacen de la teoría atomista están basadas en las noticias dadas por autores posteriores a Demócrito.

(B 1) La sensatez origina estos tres hechos: pensar bien, hablar bien y obrar como es debido.

(B 3) ...La medida conveniente es más sólida que la grandeza.

(B 17) No puede haber un buen poeta sin un acaloramiento del ánimo y sin un cierto soplo de locura.

(B 31) La medicina cura las enfermedades del cuerpo, mas el saber libera de padecimientos el alma.

(B 34) El hombre es un mundo en miniatura.

(B 43) El pesar por las acciones vergonzosas es la salud de la vida.

(B 45) Quien comete injusticia es más desdichado que quien la padece.

(B 62) Lo bueno no es abstenerse de cometer injusticia, sino ni siquiera desearlo.

(B 69) Para todos los hombres es lo mismo el bien y la verdad; el placer, en cambio, es distinto para cada uno.

(B 72) El deseo desmedido de una cosa, ciega el alma para todas las demás.

(B 83) El origen de todo error es el desconocimiento de lo bueno.

(B 145) La palabra es sombra del hecho.

(B 175) Son los dioses quienes, antes y ahora, dan a los hombres todo lo que es bueno. Pero cuanto es malo y funesto y nocivo, eso ni antes ni ahora lo dispensan los dioses a los hombres, sino que éstos mismos se lo buscan por ceguera de ánimo y falta de juicio.

(B 203) Al huir los hombres de la muerte, la van persiguiendo.

(B 207) Es preciso elegir no cualquier placer, sino sólo el que va ligado a lo bello.

(B 230) Una vida sin festejos es un largo camino sin posadas.

(B 242) Son más los que se hacen buenos por ejercicio que quienes lo son por naturaleza.

(B 247) Al hombre sabio toda tierra le acoge, pues de un alma de bien es patria el mundo entero.

(B 269) El coraje es comienzo de toda acción, mas su final está en manos de la suerte.

Alberto del Río Núñez © 2005